lunes, 31 de enero de 2011

A mí no me importas tú, ni diezmiles como tú

Aclaratoria: este post fue escrito cuando el blog no era más que un divertimento y no se tomaba demasiado en serio las cosas. Es por ello que me basé en una información, que luego resultó errónea, para escribir esta entrada sobre el gran Tito Rodríguez. El hecho es que Tito no llegó a dedicar ninguna de las canciones a Johnny Pacheco y El que se fue no es más que un dardo envenenado al otro Tito, el Puente. He decidido no borrar esta entrada como ejercicio de humildad y porque el resto de los datos son ciertos y corroborados.
Ofrezco disculpas a los lectores por este gazapo.

Para que no se confundan: la charanga caribeña es un tipo de conjunto musical compuesto originalmente por dos violines, güiro, piano, tumbadora, flauta y contrabajo, y la pachanga es un ritmo derivado de la plena y el merengue, creado por Eduardo Davison en esa Cuba que estaba a punto de caer en las manos de Fidel Castro.
Hago esta aclaración porque cuando ambos términos cundieron en Nueva York, no sé si por el frío / no sé si por el smog, se trastocaron de tal forma que la charanga pasó a ser un ritmo musical -con mucho parecido al guanguancó, pero también al son moderno- y la pachanga prácticamente se convirtió en un sinónimo de la charanga. Qué lío, ¿no?
Ni tan lío. Fue más bien un asunto de estrategias de marketing.
Tito, cantando en el Palladium. 1950s.                                             (Chuck Stewart)
Según los expertos, la moda del ritmo charanga, que azotó Nueva York entre 1960 y 1964, no fue más que una versión americanizada de la pachanga cubana. Americanizada, porque la estructura de la orquesta adoptó este ritmo a las corrientes jazzísticas que configuraron las llamadas Big Bands y, por tanto, las trompetas, los trombones y los saxofones se acoplaron para crear una sonoridad diferente de la que había llegado de La Habana. Lo que ocurre es que, por simples razones de nombre, buena parte de las orquestas que la tocaban evitaban usar el término porque Johnny Pacheco había logrado asociarlo con el acrónimo de Pacheco y charanga, tan listo que siempre ha sido él.
Todo esto lo traigo a colación porque en algún momento de 2011 se van a cumplir 50 años del lanzamiento de uno de los álbumes más sabrosos que se hayan grabado en NYC: ·Tito Rodríguez· Returns to the Palladium - Live! Un discazo de cuidado registrado en aquel inmenso ballroom ubicado en el 1692 de Broadway, esquina calle 53, que fue escenario durante casi 20 años de las mejores orquestas que fusionaron los ritmos cubanos con las sonoridades jazzísticas (gracias, Mario Bauzá, por los favores concedidos).
Tan importante era el Palladium que cuando la alcaldía de Nueva York decidió en 1964 retirarle la licencia para vender licores, la fiebre de la charanga recibió un tiro en la nuca: no había locales en la ciudad dispuestos a acoger bandas con tantos músicos. Esto dio paso a esos pequeños conjuntos, como los de Eddie Palmieri y Larry Harlow, que se fueron apoderando paulatinamente de la escena musical imponiendo un nuevo sonido que pocos años después sería bautizado como Salsa. Pacheco, tan listo él, intuyó el deslave, cambió de ritmo, comenzó a tocar canciones cubanas -por las que no pagaba royalties, gracias al bloqueo- y fundó Fania Records. Tito Rodríguez hizo lo mismo, y fue en ese instante cuando comenzó a cantar boleros. Pero todo esto es carne para otros posts.

¿Por qué menciono tanto a Johnny? Porque Tito dedicó algunas de las canciones de este disco a Pacheco.
Me explico: Tito Rodríguez, uno de los grandes crooners del Caribe, tenía una orquesta afamada por su perfección interpretativa y su gancho. Pero era también conocido por las rivalidades que tuvo con su tocayo Tito Puente y con el propio Pacheco. La tirria con este último nació a consecuencia de una deslealtad: Pacheco, quien fuera director musical de Rodríguez durante algún tiempo, cometió el error de arreglar tres canciones para su archienemigo Puente. Poco después, en 1960, Johnny tenía tantos aprietos económicos que se acercó al estudio donde la orquesta de Rodríguez ensayaba para pedirle algún trabajo; Tito no estaba, pero cuando se enteró de la visita mandó a decir que no lo volvieran a recibir y, no contento con ello, escribió El que se fue, un numerito que rezuma más ojeriza que un bolero cantado por Olga Guillot: 

El que se fue no hace falta
hace falta el que vendrá
en el juego de la vida
unos vienen y otros van.
Te fuiste por cuenta tuya
buscando ambiente mejor
hoy tú estás arrepentido
pues tu puesto se ocupó.
El que se fue, mira, no hace falta
hoy yo me encuentro mejor
yo sigo siempre en el goce
pues el del ritmo soy yo

(coro)
 A mí no me importas tú
ni veinte como tú
yo sigo siempre en el goce
el del ritmo no eras tú

Además de estos versos tan bonitos, tan de amor del bueno, otros temas del disco recomiendan ignorar el término pachanga e incluso animan a los bailadores a fundirse en un abrazo de oso con la charanga; otra composición tiene un coro que dice Baila la charanga y no la confundas con Juana la changa.
Como decía, amor del bueno.
Está incluido, además, uno de los covers más sabrosos del legendario yambú Ave María morena, versión lenta y antigua de la rumba cubana devenida en himno y canción que por sí sola merecería una entrada aquí. Otro de los temazos es Rincón, que deja atrás cualquier doble sentido cuando anima al bailador a llevar a su pareja al rincón, y apríetala. A saber dónde...
¿Por qué este disco es indispensable? Porque es tal vez la mejor grabación en vivo de las varias que hizo Tito, tiene un estéreo estupendo, muy equilibrado -y estamos hablando de 1961-, además de reunir en 43 minutos unos exquisitos arreglos que siguen estando vigentes y una calidad interpretativa fuera de lo común.
Y porque va a cumplir 50 años.

viernes, 28 de enero de 2011

Su son sí tiene cadencia, lo canta con elocuencia

Les regalo un lugar común: ·Ismael Rivera· es un personaje grandísimo en la música latina del siglo XX. Y sigo: no fue un cantorcito cualquiera dispuesto a guapear frente a un micrófono -que los hay, y muchos-, sino uno de esos pilares en los que se apoya el canto popular de la cuenca y, si hubiese un mayor conocimiento de su genio, del canto general en idioma español. Fin del lugar común.
La leyenda asegura que el título de Sonero Mayor se lo puso el mismo Benny Moré, lo cual es más o menos como que llegue un señor llamado William Shakespeare y diga que tú eres el mejor dramaturgo en diez mil kilómetros a la redonda. Lo mínimo que te da es un hormigueo, ¿no?
(Imagen: Omar de la Roca)
(La leyenda, como sucede en no pocas ocasiones, suele trastocar la realidad, pero es tan apetecible que uno cae rendido ante ella: en realidad, el mote de sonero mayor se lo puso el mánager y promotor del Bronx Casino, Angel Maceda, en 1967, cuando lo iba a presentar en un concierto. Pido disculpas por este error involuntario).
Por lo tanto, hay que respetar a Maelo. Hablar de su vida puede llevar horas intensas y llenas de detalles, pero si hay algo que se debe saber es que fue un superviviente, que comenzó cantando con Rafael Cortijo "por hambre" (palabras suyas), por desesperación, por querer salir del arrabal donde vivían, en la zona más desalentadora de Santurce. Y por dejar de ser uno más de los negros arrimados a la esquina en el juego del progreso en Puerto Rico. No se olvide que la igualdad de derechos en Estados Unidos aún era una entelequia y Borinquén era y es un mero satélite. Nada más.
Esa dupla con Cortijo, uno de los matrimonios mejor avenidos del mundo... hasta que fue forzosamente separado, demostró que se podía salir de allí sin perder esa conciencia de clase que, entreverada con el sabor de su canto, marca el acento de la mayoría de sus producciones.
Vengo por la maceta, de 1973 y con los Cachimbos, no es uno de sus discos punteros, pero muestra esa voz de tenor que está -aún- en la cima de sus posibilidades, y retrata las características que configuran su persona. Me explico: a Maelo le encantaba publicar discos que no estuviesen tentados por el fragor de las ventas y las exigencias de la promoción, tan lugarescomunes en el negocio de la música. Y, ojo, vendía muy bien. Pero como él mismo se encargaba de producirlos, a los jefezotes de Tico Records se les complicaba la posibilidad de meterles mano. Por eso carecen de ambiciones tontas o anécdotas vacías, y en cambio las canciones y sus improvisaciones son inteligentes. En ocasiones, divertidas.

El tema que abre el disco, Mi jaragual, no es más que el recuerdo nostálgico de un boricua devenido en nuyorican que extraña su terruño. Está patente allí la eterna lucha entre la esencia rural de la isla de mediados del siglo XX y esa urbe a lo bestia que es Nueva York, ciudad en la que se autoexilió a finales de los 60 después de salir de prisión debido a una mala maña. En Carimbo se repite la escena de explotación del negro durante la esclavitud, como recordatorio de tiempos no demasiado lejanos. Entre los boleros destaca uno de Bobby Capó, Qué sería de mí. Capó compuso varios de los temas claves en la discografía de Rivera y siempre dio en el clavo cuando quería plasmar esas luchas intestinas del amor:

Encendería una vela a cada santo
para que hagan que yo no te quiera tanto
y si aún así no se acaban mis penas
no respondo de mí, sangre de mis venas
Y si no te encuentro...

Una de las cosas más llamativas de este LP es la abundancia del Maelo que, cuando canta, todo lo neologiza -lindo palabro- para beneficio de su diccionario personal. Además, planea como una cometa por el montuno, con mucho sabor, haciendo uso de su propia clave; y modifica las sílabas y las reordena para que así puedan tener un nuevo sentido. En Sala gente -antes del soberbio solo de trompeta del panameño Víctor Paz- pasea por encima de los músicos rehaciendo la métrica y zurciendo el montuno. En Suave repite esos mismos esquemas. A fin de cuentas, para él su voz no era más que otro instrumento de la orquesta, y por eso emociona, silabea y susurra.
Cosas que solo un Master Singer puede ofrecer.

(malas noticias para los que me leen en Europa: el disco aún no está en Spotify)
(bad news para los que me leen en Estados Unidos: el disco aún no está en Rhapsody)

miércoles, 26 de enero de 2011

Los de Mayagüez son mayagüéñicos

Desde hace varios días tengo al plenero Efraín ·Mon Rivera· Castillo en la cabeza.
Willie Colón y Mon Rivera                                                                         Lee Marshall
Imagínense su historia: hijo de Monserrate Rivera Alers (de esa raza originaria de ilustres bardos de la música boricua) inició su carrera a comienzos de los años 50 cantando en orquestas como la de Moncho Leña, con quien se va a Nueva York a comienzos de los años 50. Es allí donde contribuye a configurar -junto con Eddie Palmieri, Barry Rogers y Joe Cotto, aunque la idea original fue de Al Santiago- una nueva sonoridad que unos años más tarde se propagaría por toda la cuenca del Caribe: una hilera de cuatro trombones, hirientes como edificios, y las trompetas on the side; en 1963 forma su propia banda y cosecha éxitos de gran calibre, con temas en los que el doble sentido baila libremente; produce una pila de discos, algunos como solista y otros con la participación de las orquestas de Palmieri o Cotto. Tanto éxito y tanto agite le hace caer en el mundo de las drogas. Y desaparece del mapa, como un donante que entrega el semen para una criatura maravillosa y va y se marcha.
Como suele pasar en las películas, la criatura crece, toma conciencia, se entera de la "verdad" y decide buscar a su padre. Willie Colón, que absorbió mejor que ningún otro músico el patrón sonoro propuesto por Rivera, lo trajo de nuevo a la realidad en 1975: estaba en un hogar Crea de Puerto Rico, ya recuperado de años de alcoholismo, picadas y rayas, y se ganaba el sustento como electricista.
Un disco para Fania Records lo vuelve a poner en el redil. Los contratos y presentaciones no se hicieron esperar. Y con estos, las presiones propias del ajetreo artístico, un reencuentro con las drogas y la muerte el 12 de marzo de 1978 en Nueva York, a causa de un paro cardiaco y bajo un cuadro hepatítico. Lejos de su Mayagüez natal.
Lo curioso es que Mon sigue siendo un gran desconocido para mucha gente. Un desconocido privilegio, porque era uno de los músicos más completos del Caribe: compositor agudo y sensible, cantante aplicado (y dueño de una vocalización que le permitía entonar trabalenguas de cuidado), maestro en el arte del güiro y arreglista con siete dedos de frente. Además de una batería de dientes de oro que haría palidecer al mismo Pedro Navaja.

En There Goes the Neighborhood (Se chavó el vecindario) reeditado recientemente por los nuevos dueños de Fania, Willie pone a disposición su trombón, junto con los de Jose Rodrígues, Ed Byrne y Lewis Kahn. Mete a Eddie "guagua" Rivera en el bajo, al enorme Papo Lucca en las teclas, a Kako en los timbales, Milton Cardona en las congas y José Mangual en los bongós. En los coros alternan Rubén Blades, Héctor Lavoe, Willie y Fe Ortiz. El güiro lo toca el mismo Mon y marca el ritmo constantemente por el canal R.
El disco no es de fácil lectura, la verdad hay que decirla. La plena se ha circunscrito históricamente a Puerto Rico, y tiene una sonoridad muy plana, casi merenguera, que en los años 70 no "gustaba" tanto frente a lo que estaba palpitando alrededor, mucho más variado. Además, los temas son muy cortos para un melómano acostumbrado a esos montunos kilométricos. 
Sin embargo, al desmenuzarlo canción por canción se aprecian las proezas: la orquesta está hecha a la medida de las cosas; los arreglos son ingeniosos y Mon se encarga de completar el mosaico. A la cuarta o quinta escucha el album aparece pleno, mostrando todas sus posibilidades.
Les pongo una estrofa, solo una, del tema Pena de amor, para que puedan apreciar la economía de palabras -tan característica del canto caribe- en las composiciones del boricua:


Aprende bien corazón
máquina de la ilusión
es alegría y dolor
esa cuestión del amor


No sé si después de haber escrito todo esto haya podido exorcizar de mi mente a Mon. En realidad, tampoco es tan importante hacerlo: de vez en cuando es sabroso tener un trabalenguas sonando en la cabeza.
Para variar.

La única grabación en vivo que se consigue de Mon Rivera la puedes ver aquí. Fue grabada en un programa de variedades venezolano entre 1976 y 1978. No he podido encontrar alguna otra más.
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