martes, 15 de noviembre de 2011

Sabú Martínez con su jazz espagnole

Si el primer disco de Alegre Recording Corporation -ese sello que perteneció a un personaje genial, como fue Al Santiago- batió todos los records de venta en la ciudad de Nueva York para la época, superando los 100.000 ejemplares, el siguiente álbum de su catálogo fue lo que se dice un auténtico fracaso comercial. Así es la vida.
Esa segunda producción, Jazz Espagnole, fue interpretada por una banda muy apretada bajo las manos de otro de los grandes congueros del siglo XX: Louis sabú Martínez. En su lanzamiento no colocó ni 500 copias, pero hoy en día es un disco de culto, indispensable por su sonoridad y bríos, por su modernidad y porque es la mejor grabación jamás realizada de eso que tantos y tantos se empeñan en llamar jazz latino. O al menos eso dicen los que saben.
Louis Martínez
Sea verídico o no este statement, lo cierto es que este álbum contiene un matrimonio muy interesante entre las tonalidades jazzísticas que imperaban en ese entonces, el cubop del que Martínez fue un magnífico exponente, y la efervescencia latina que comenzaba a tomar cuerpo más allá de la cansada moda del mambo y la aún novedosa charanga neoyorquina. La ausencia de voces inclina la balanza hacia el jazz experimental y la brevedad del ensemble parece marcar distancia con las big latin bands de la época. Pero no caigamos en el engaño: el disco tiene alma caribeña y marcó pautas muy interesantes en todos aquellos músicos salseros que bebieron de estas influencias para producir sus maravillas en los años siguientes. Esos años de la salsa.
Pero antes, una pequeña presentación de Louis Martínez. Este conguero hijo de puertorriqueños nació en Nueva York en 1930 y ya a los 11 años tocaba profesionalmente. Martínez siempre dijo que su mayor influencia fue el sonido de los Lecuona Cuban Boys. De hecho, aún adolescente, logró integrar esa orquesta y también las agrupaciones de Noro Morales y Miguelito Valdés. Formó parte además del trío de Joe Loco y se cree que participó en la sesión donde se grabó un mambo por primera vez en Estados Unidos.
En 1948, mientras estaba de gira por Chicago, Martínez se entera del asesinato del enorme Chano Pozo y contacta de inmediato al no menos genial Dizzy Gillespie para ofrecerle sus servicios. Esta movida puede sonar un poco ruin -quienes adoren la figura del genial percusionista cubano dirán que Louis no debió haber hecho esa propuesta con tanta rapidez-, pero hay que pensar que Dizzy necesitaba suplantar de inmediato al conguero y, si no era Martínez, otro habría ocupado el puesto. En fin, que Gillespie quedó encantado con la técnica del zurdo y hasta le regaló el apodo que le definiría por siempre: sabú, dado el parecido físico -y el color de piel, todo hay que decirlo- que tenía con el actor indio Sabu Dastagir, famoso por las películas Elephant Boy y The Drum.
En 1949, sabú deja a Dizzy para entrar en la orquesta de Benny Goodman y sumergirse en la sonoridad del bebop. Luego ingresa en la banda de Art Blakey por espacio de nueve años. Con esta orquesta grabaría en varias ocasiones.
Visto el camino recorrido, se podría decir que, de las dos sendas que se le suelen presentar a un músico latinoamericano en la ciudad de los rascacielos, Martínez tomó la del jazz y siempre permaneció allí. Un momento... ¿siempre? No, no, no: en 1957 reúne a una peña de músicos, entre ellos el indispensable Arsenio Rodríguez, y graba un larga duración para Blue Note Records: Palo Congo, que suele estar presente en las listas de los mejores discos de todos los tiempos.
Con Arsenio Rodríguez, en las grabaciones de Palo Congo. 1957
Por esas fechas se muda a Los Angeles en busca de mejor fortuna, pero cae en las arenas movedizas de la heroína y pasa por situaciones amargas ...y tragicómicas: en un momento tuvo incluso que vender sus congas para poder sobrevivir. Es cuando le pide prestadas las suyas a un percusionista amigo, Francisco Aguabella, quien, a los dos días, se lo consigue por casualidad en Las Vegas audicionando ¡como cantante! Sabú había vendido esas tumbadoras prestadas para pagarse el boleto del autobús desde LA...
Tiempo después recala en Baltimore para manejar lo que aparentemente era un club de alterne. Al tiempo sus amigos deciden echarle un mano y le recomiendan regresar a Nueva York.
Aquí volvemos al inicio de esta entrada: Al Santiago, como buen músico que era, tenía una gran pasión por el jazz. Un día escucha a sabú tocar y queda impresionado por su técnica y por el matrimonio de géneros que realizaba. Se le ocurre la idea de contratarlo para grabar un álbum-concepto y en 1960 va y lo mete en el estudio de grabación con el gran Louie Ramírez y Ernie Newsum en la percusión, el que luego fuera un extraordinario productor y arreglista, Marty Sheller, en la trompeta; Artie Jenkins acompañándoles en el piano, Bill Salter en el bajo y Bobby Porcelli en el saxo alto. Algunas versiones dicen que fue a última hora que decidieron poner el nombre de sabú a la carátula del disco, por respeto a su trayectoria e importancia. Pero Al Santiago niega la mayor y asegura que la idea original era y fue hacer un álbum con Martínez.
No olviden que ya tenía varias grabaciones a sus espaldas.

Cosa curiosa para ese año -no olviden que el formato de larga duración no tenía ni una década-, el disco comienza cada lado con una intro y termina con un pequeño toque de tambores antes de que la aguja quede encunetada en el surco final. En el lado A, después de esa primera introducción, aparece The Oracle, una descarga rapidísima con unos poderosos solos en los metales. A continuación está I Remember Carmen, pegajosa samba con otro solo de Sheller y unos teclados cincelados por Jenkins. Delilah, en ritmo 12/16, es una nueva ocasión para que Sheller se luzca, porque aquí el cubop manda. Y sigue Breakin' It, un son montuno delicioso, bailable, con un delicado solo de piano.
El lado B, al concluir otra breve descarga introductoria, acoge un son montuno exquisito compuesto por Ramírez: Flamenco Ain't Bad. Louie también creó el siguiente tema, Woody 'n You, una descarga en ritmo de guaracha con una larga conversación entre Marty y Bobby, mientras Artie vuelve a hacer de las suyas con el piano y sabú golpea los cueros a su antojo. Enchantment, a continuación, alterna las métricas 4/4 y 6/8 para plasmar dos entendimientos consanguíneos: jazz y son. Nica's Dream está en ritmo afro, casi bolero, aunque la trompeta marca reminiscencias morunas; el piano nos trae de vuelta a la sonoridad del jazz. Cierran los tambores y una voz que dice cubop.
Ya todo está dicho.
Hay que ver el amor que tenía Al Santiago por la música. Nunca se le podrá agradecer tanto. Mira que meter a estos músicos en el estudio para grabar esta maravilla, con todos los gastos pagos, a sabiendas de que no iba a ser un disco comercial. A sabiendas de que, fuera, en la ciudad, lo que imperaba era el guapachá y la sonoridad de violines y flautas con Pacheco a la cabeza.
Y tiene, además, la exquisita educación de no meter las narices más allá de facilitar la producción y permitir que los músicos confluyan a sus anchas.
Chapeau.

¿Y qué ocurrió después con sabú Martínez? Bueno: se muda a Puerto Rico en 1964 y tres años más tarde se radica en Suecia, donde vive con su esposa hasta 1979, año en que muere a causa de una úlcera gástrica. En una entrevista, Santiago comenta que sabú fue un músico con un gran sentido del negocio y tenía mentalidad promocional. Pero que era una persona un poco extraña. Era un muchacho que lucía bien, que cuidaba su cuerpo; cuidadoso en la comida. Se peinaba bien, se vestía atractivamente. Siempre estaba involucrado con mujeres intelectuales y maduras, que lo ayudaban en la escuela -llegó a tener un pequeño conservatorio de música- y sus promociones. Sabú fue un innovador, pero era extraño. Y va y suelta dos anécdotas: nosotros los contratamos para el Club Caravana y lo pusimos a tocar enfrentándose a Cal Tjader (Jazz Espagnole ya estaba en la calle). Esa noche, -prosigue Santiago-, sabú aparece con una banda completamente nueva. Yo nunca supe lo que pasó: el despidió a la banda completa y apareció con cinco o seis muchachos nuevos, y tocó tan mal que nosotros tuvimos que decirle que no siguiera tocando más esa noche. Ahora, antes de que se montara en la tarima iba de mesa en mesa en el salón de baile ondeando pañuelos amarillos, rojos o azules (porque en la era de la pachanga se usaban para bailar: tú bailabas y ondeabas el pañuelo): sabú los vendía a 50 centavos o a un dólar la pieza. Era increíble: aquí está el líder de la banda vendiendo pañuelos.
Se preguntarán por la segunda anécdota: en otra ocasión, Al Santiago decide invitar a sabú a su casa a cenar. El conguero llega con su esposa, cenan, departen y todo bien. En un momento de la velada, Al tiene que salir del salón para atender un asunto y cuando regresa observa que sabú y su mujer habían logrado convencer a la esposa de Santiago para que comprara una cantidad apreciable de dólares en productos Avon.
Entre esto, los pañuelos para bailar pachanga, el club de striptease del Block de Baltimore y las tumbadoras que le pidió prestadas a Aguabella, queda claro que fuera de la música era un personaje bastante excéntrico. Fue, no obstante, uno de los músicos de jazz más completos y, lamentablemente, menos conocidos.
Este disco es una joya. Disfrútenlo.

2 comentarios :

  1. Gracias por la reseña, es muy escasa la literatura sobre Sabú Martínez. ¿Dónde se podrá conseguir su método de congas? Muchas gracias de nuevo.

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