lunes, 31 de octubre de 2011

¡Mandinga, Eddie!

Entre un disco con el que se topó por vez primera con el jazz experimental, marcando una vuelta de tuerca al sonido latino en inglés que pululaba por la ciudad, y otro en el que se lanzó con un piano eléctrico, acercándose todavía más al acento innovador de Miles Davis, Eddie Palmieri presentó en 1970 un álbum peculiar: mitad típico, mitad jazzístico, llamado Superimposition. El hombre de la barba partió en dos el LP para abordar de manera separada dos acentos, dos facetas. Por un lado, la profundización de la onda cubana, haciendo a su vez un soberbio homenaje en vida a Arsenio Rodríguez -quien moriría a finales de ese año- y, por el otro, la experimentación abierta a nuevas atmósferas musicales, lo cual incluiría a la psicodelia: el festival de Woodstock ocurría un año antes y el excelente documental que había servido de amplificador a toda esa explosión cultural estaba en las salas de cine en ese momento. No olviden también que Davis se había montado por esas fechas en la odisea de grabar dos discos experimentales: In a Silent Way y Bitches Brew, que marcaron un rompimiento con la ortodoxia de jazz y abrieron el paso a nuevos caminos.
Eddie Palmieri, contagiado por ese ambiente, estaba dispuesto también a ampliar los horizontes de la salsa.
A pesar de todo esto, Superimposition es tal vez el disco más cubano de Eddie, lo cual no deja de ser curioso porque la segunda mitad de la producción se pierde por las planicies del jazz latino -por llamar de alguna manera a esa fusión- y sigue siendo, a pesar de eso, muy cubano. Porque si durante las primeras producciones de Palmieri, el trombón de Barry Rogers era un contrapunto de su piano, en esta ocasión era una trompeta, la de Alfredo chocolate Armenteros, el alter ego necesario. En todo el disco brilla por su técnica impecable y una seguidilla de solitarios que estarán siempre considerados entre los mejores de toda la expresión salsera de esa década que recién estaba comenzando.
Eduardo Palmieri, en mitad del frenesí

Desmontada La Perfecta y roto por unos años el matrimonio musical que había formado con Rogers, Palmieri agregó trompetas y refundó la orquesta. Y en este disco mezcló a músicos con sobrada calidad y kilometraje, como el gran cantante Rudy Calzado en los timbales -que los maneja con mucha eficiencia-, José Rodrígues -con quien ya había grabado previamente y había logrado

miércoles, 26 de octubre de 2011

Johnny Colón y su boogaloo blues

Siempre me ha llamado la atención la precocidad que mostraron muchos músicos nuyoricans durante los años 40, 50 y 60. Pongo dos ejemplos para no aburrirles la lectura: Eddie Palmieri montó su banda seminal con apenas 14 años y Willie Colón grabó su primer disco recién cumplidos los 16. Cuando Johnny Colón entró por primera vez en los estudios de grabación Mirasound de Manhattan era un poco mayor que estos dos -tenía 23 años-, pero había fundado su orquesta a los 15. En 1965, Pocas semanas antes de enfrentarse a los micrófonos y al ingeniero de grabación, había tenido una audición con el legendario George Goldner, el mismo que había perdido en el póker su cuota accionaria de la legendaria Tico Records y recién había fundado Cotique (que tico, al revés). Aún no tenía muy clara la orientación que le quería dar al sello disquero y, de hecho, cuando escuchó a Colón en esa primera cita no mostró demasiado interés por la propuesta del pianista, pues estaba buscando algo más parecido al sonido de la orquesta Aragón.
Johnny, que por lo visto tiene un carácter afable pero firme, se puso serio y le respondió: mire, lo que está pasando ahora es esto. Estamos tocando en el Colgate Gardens los fines de semana. Si quiere pase por allá. Y Goldner fue, vio y alucinó en technicolor cuando comprobó que el sitio estaba packed como una can de sardinas.
Le ofreció contrato de inmediato y le dijo: al estudio de grabación right away.
 El resultado fue uno de los discos más vendidos de la música latina y el primero de los muchos encontronazos que tuvo Johnny Colón con ese mundillo lamentable de las disqueras neoyorquinas, famosas por esos capitostes con actitudes de mafioso. Goldner, aunque se le reconoce como uno de verdaderos modernizadores de la industria discográfica en Estados Unidos -además de haber sido persona inteligente y sensible, porque escuchaba y respetaba el criterio de los músicos que contrataba-, también hizo de las suyas como no pagar regalías y ofrecer contratos leoninos a músicos inexpertos... aunque su carácter más afable y su profundo amor por la música lo mantuvieron alejado de ese departamento de pillos con el que coqueteó siempre Jerry Masucci y fue decano el mafioso Morris Levy. Sí, el mismo que ofreció un chapuzón en el East River al cantante Bobby Cruz.
Johnny Colón, de perfil
A lo que iba: Colón aceptó todas las condiciones que le impuso Goldner. Total, lo que tenía en mente era grabar, sacar un disco y darse a conocer; obtener prestigio y reconocimiento; subir su caché. George le dio total libertad a la hora de incluir los temas y la orquesta ya tenía bastante rodaje, así que no iba a ser muy difícil montar una sesión provechosa. A eso hay que agregar otro factor: Johnny no era un espontáneo de la vida y provenía de una familia en la que la música había jugado siempre un papel de importancia; tenía bajo sus espaldas estudios concretos de diversos instrumentos, como el bajo y la guitarra, aunque donde mejor se defendía era tocando el piano y el trombón.

jueves, 20 de octubre de 2011

Que cante mi Héctor

Cuando a finales de 1973 Willie Colón toma la decisión de disolver su banda, su cantante Héctor Lavoe se vio de repente en una encrucijada. Por más apoyo que tuviese de Fania Records (Johnny Pacheco vio allí la oportunidad perfecta para lanzarlo como solista, tal y como había hecho meses atrás con Ismael Miranda), por más apoyo que tuviese de la misma orquesta, que decidió permanecer unida alrededor del cantante; por más apoyo que le ofreciese Willie en la tarea de producir nuevas composiciones, Héctor de repente se dio cuenta de que tenía ante sí un reto bien complicado.
Héctor Juan Pérez, a mediados de los 70
No he leído en ninguna parte que él haya dudado ante ese cambio en el destino. Repito: Pacheco estaba más que dispuesto a arrimar el hombro, y Jerry Masucci transitaba aún esa etapa en la que parecía confundirse con un Rey Midas. Lavoe nunca fue de esa clase de hombre que se amilana ante los retos; tenía un ego bien administrado. Pero no es lo mismo ser el cantante de una orquesta, y que sea otro el que se trague las negociaciones y las faltas y las pagas y los ensayos, a pasar a ser cantante de la orquesta... y también el responsable.

martes, 4 de octubre de 2011

Orquesta Inmensidad, o el comienzo de la salsa erótica

Dicen que la salsa erótica comenzó en 1983 con Alegría, de la Orquesta Inmensidad. Que a partir de aquí, el declive que había empezado a sentirse en el ambiente salsero, causado inicialmente por Louie Ramírez, a quien se le ocurrió grabar para K-Tel esas mediocres baladas en formato tropical con una orquesta llamada Noche Caliente, se fue agudizando dando inicio a lo que se conoció como salsa débil o monga. Por otro lado, está el sufrimiento que le causó a Fania Records el fracaso de The Last Fight, una película que nadie fue a ver, filmada con la excusa de promocionar un disco que casi nadie escuchó, por mediocre, y que además produjo enormes pérdidas. Ante este panorama, el comienzo de la salsa erótica terminaría por dinamitar los cimientos de la disquera neoyorkina.
Quién lo diría.
No deja de ser irónico que la compañía grabadora de música latina más importante de todos los tiempos, la misma que fagocitó o mandó a la quiebra a otras disqueras en los años 60 y 70, terminaría siendo víctima de sus propios inventos, de su empeño porque hacer de la salsa un producto comercial; de su puje por hacer dinero sin detenerse en la calidad del producto. Todo era repetir y repetir la fórmula.
Esta actitud mezquina significó la muerte del boom de la salsa, porque Alegría, el segundo álbum de esa modesta orquesta mayamera -imagínense, de Miami, cuando de Miami salían insultos hacia los Castro pero nada que fuese musicalmente aprovechable-, fue producido por Johnny Pacheco, respaldado económicamente por Jerry Masucci y lanzado al mercado bajo el curioso sello Bárbaro, uno de los tantos del monopolio Fania. El disco buscaba, estoy seguro, tratar de montarse en la ola romántica que estaba comenzando a crecer como la espuma, en parte gracias al buen manejo comercial que estaban haciendo de ella K-Tel y Top Hits, la disquera que terminaría encunetando a Masucci y a sus sellos.
Roberto Blades

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...