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jueves, 30 de enero de 2014

La buena música está en el solar de los aburridos

Si estoy equivocado en lo que escribo, enmiéndenme en los comentarios.
Es que tengo la impresión de que la importancia de Canciones del solar de los aburridos ha pasado un tanto desapercibida a la vista de críticos y expertos. Esa estupenda producción de Willie Colón y Rubén Blades, que copó buena parte de las emisoras latinas durante un par de años a comienzos de los 80, carece de análisis serios. Es poco lo que por ahí se consigue de ella.
Se me ocurren varios motivos: en esos días el fenómeno salsero, como género, mostraba ya un enorme cansancio comercial; además, el acordeón del merengue estaba por desalojar a los trombones del dominio de la escena musical caribeña, un reinado que después duraría varios años. Pero la más significativa de las razones, creo yo, fue la sombra de Siembra, cuya influencia había sido gigantesca y, aún en 1981, seguía dando de qué hablar. Este nuevo disco, como verán a continuación, no soportaría algunas comparaciones con el anterior y la aparente ligereza de varios de sus temas pudo contribuir a que fuese tratado con cierta conmiseración. Como una obra de menor importancia.
Rubén Blades y Willie Colón                                                                Lee Marshall
Es evidente que, ante Siembra, cualquier trabajo posterior de Rubén o Willie terminaría sonando inferior. En realidad, así parece haber sucedido. Suele pasar con todas esas obras magnas de muchos músicos, que están después amenazando con anular cualquier iniciativa posterior. Pero, como expliqué en un post anterior, Siembra fue fruto de una conjunción ideal de factores y libertades para crear que no volvería a repetirse. Colón y Blades, además, estarían conscientes de que intentar una segunda parte podría concluir en una soberana metedura de pata. Por eso el concepto de Canciones del solar de los aburridos prefiere sumergirse en la atmósfera del barrio antes que en las ideas de una unidad Latinoamericana.
Y eso, obviamente, le hizo perder posiciones en eso que llaman Historia.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Aquel disco de las canciones con letras muy largas –1–

Es un día cualquiera de otoño y estamos en Nueva York. Polito Vega y otros dos djs de radio entran a un salón que hace las veces de sala de audiciones en las oficinas de Fania Records, ubicadas en el número 888 de la 7ª avenida de Manhattan. Allí les esperan, con aire grave, Víctor Gallo y Jerry Masucci. El primero se encarga de administrar el dinero de la disquera y el segundo es el amo y señor de todo eso. Incluso, de los locutores.
Los visitantes saben bien el motivo de la cita: vienen a escuchar el último proyecto conjunto de Willie Colón con el cantante y compositor Rubén Blades. Ellos son los djs latinos más importantes de la ciudad y Masucci quiere saber si les gusta esta producción. Después de los saludos de rigor y justo cuando comienzan a libar los tragos de ron, el amo se acerca al reproductor de carrete abierto y aprieta el botón de play.
Suenan unos acordes de discomusic y todos comienzan a verse las caras.

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Willie Colón y Rubén Blades, durante la grabación de Siembra                                         Fabian Ross
Ahora retrocedamos el tiempo unos meses. Era un día de verano de 1978 en Manhattan cuando Willie y Rubén decidían meterse en La Tierra Sound Studios, en el piso 25 del 1440 de Broadway, para comenzar a grabar Siembra, el nuevo álbum en el que llevaban trabajando unos meses. Un año atrás habían alcanzado un notable éxito con su primer disco juntos, Metiendo mano!, y tenían fe en lo que estaban ahora cocinando. Gracias a la buenas ventas del trabajo anterior Willie había recibido de Jerry carta blanca para hacer lo que quisiera, por lo que la pareja tenía dinero, plena libertad de acción y todas las horas de estudio del mundo. Rubén estaba también consciente de que ese era el momento preciso para interpretar cierto puñado de canciones que había estado componiendo entre 1976 y 1977.


viernes, 29 de junio de 2012

Oye, Jéctor, tú estás hecho

Existen al menos dos versiones para explicar la súbita desaparición de Héctor Lavoe durante buena parte de 1977. Una de ellas habla sobre una crisis de nervios que le sobrevino en el mes de abril, producto del exceso de trabajo, un nuevo pico de adicción a las drogas -principalmente heroína- y la resta de todo esto en sus niveles de autoestima y autocontrol. La otra versión, como ha ocurrido ya varias veces en el mundo de la música latina en Nueva York, inclina la explicación casi exclusivamente a una recaída severa en el abuso de las jeringas y todos los demonios que se desatan (y que ayudan a vender periódicos). César Miguel Rondón asomó en su Libro de la salsa la posibilidad de que, en el trance, Lavoe hubiese tenido que ser internado en una clínica especializada de Madrid, España.
Héctor Juan Pérez




En realidad, poco importan los motivos. Héctor ya venía desde 1976 atiborrado de compromisos, cantando en hasta tres shows diarios, siete veces a la semana; viajando de un lado a otro sin descanso y rodeado de gente que terminaba no siendo la mejor compañía. Its Up to You había sido un exitazo y eso repercutía en su estilo de vida; le aumentaba el estrés. Aparentemente, también tenía problemas con Fania Records: no le pagaban lo que se merecía y le cantaban milongas para mantenerlo entretenido. Más presión. Por lo visto, Lavoe no encontraba mejor manera para disipar ese estrés que darse un picotazo en la vena con regularidad. Una regularidad que terminó minando su fortaleza física. Llegó un momento en el cual no podía ni mantenerse en pie y fue ahí cuando se encendieron las alarmas: suspendieron todas sus presentaciones y varios de sus amigos comenzaron a tomar medidas.
Se le decretaron vacaciones forzosas y a ver cómo sacamos a este hombre del agujero.

miércoles, 7 de marzo de 2012

El Sentido de Eddie Palmieri

Transcribo directamente unas declaraciones del pianista Eddie Palmieri en las que cuenta cómo le iba la vida allá por 1973: estábamos tocando en un local de la Boston Post road del Bronx. En esos momentos yo estaba atravesando dificultades financieras, y tenía tiempo sin entrar en un estudio de grabación. Harvey Averne había acudido al baile esa noche. Cuando vio que tenía problemas para pagarle al personal, me dijo: "¿puedo ayudarte con algún dinero?". Yo no podía creerlo. El hombre estaba en capacidad de pagarle a toda la banda. Luego me dijo: "oye, estoy empezando una nueva compañía y me gustaría saber si pudieses estar interesado en firmar para mí y grabar un disco". Le dije: "¡por supuesto! Una compañía nueva, me encantan retos como este". Le avisé, sin embargo, cuál era mi situación con Tico Records, y me respondió: "bueno, déjame tener una conversación de amigos con Tico y con Morris Levy". Ellos hicieron un arreglo monetario para mis primeras dos grabaciones con Mango Records (que luego pasó a denominarse Coco Records). Además, compensaron a Morris Levy con una cierta cantidad de dinero y compraron mi contrato por aproximadamente treinta y cinco mil dólares. Yo estuve de acuerdo y firmé con Mango.
Eduardo Palmieri
Lo que narra aquí Eddie como si fuese un delicioso recoveco de su biografía es en realidad la versión edulcorada de una situación que lo mantuvo ahogado durante varios años: su creciente incapacidad para llevar correctamente los asuntos monetarios de su orquesta, así como también ciertos asuntos de su esfera personal. Esta incapacidad le provocó separaciones y diferencias con sus propios músicos, a las que se le puede sumar otros antiguos problemas con Tico Records, derivados de un contrato leonino que lo mantenía atado -y bien atado- a los caprichos empresariales. En una frase: no importaba lo bien que se vendieran tus discos, igual le terminabas debiendo dinero a la disquera.
Por lo tanto, que viniese un ángel en tu ayuda y resolviese esos dos problemas de un plumazo era casi para bendecir el aire por donde volase.

jueves, 23 de febrero de 2012

Oye cómo toca Oquendo

La experiencia del Conjunto Folklórico y Experimental Nuevayorquino había sido dulce para el timbalero Manny Oquendo y los hermanos Andy y Jerry González. A pesar de las dificultades inherentes a un proyecto alternativo de ese calado, habían logrado grabar buena música y sacudir un poco los cimientos creativos del monopolio salsero Fania. Sin embargo, el Folklórico, como proyecto, tenía una esencia que lo hacía poco perdurable: era una reunión de músicos, un banquete especial, no una banda estable y establecida. Sin embargo, ya para el tiempo en que estaban produciendo el último disco del Folklórico -Lo dice todo-, el germen para la grabación de una nueva orquesta estaría ya en marcha. Porque la orquesta tenía ya más de un año tocando profesionalmente. Y con buenos resultados.
Me refiero al Conjunto Libre, que nacía el 24 de octubre de 1974 dando un concierto en el Jay College de Nueva York. Con este parto se conformaba un nuevo espacio sonoro abierto a la experimentación, un aula para hacer buena música al margen de un boom salsero que poco tiempo después daría síntomas de empacho. Y les fue bien, tanto, que Libre desaparecería solo con el fallecimiento de Oquendo, en la primavera de 2009.
                                          Manny Oquendo                       (Marty Cohen)
La agrupación original estaba compuesta por Manny en los timbales y los bongós, Andy González en el contrabajo -en este caso, uno fabricado en Checoslovaquia en 1890- y Jerry González en las congas y el shekere -aún no tocaba la trompeta-. En los trombones estaban Barry Rogers, José Rodrígues y un adolescente Angel papo Vásquez que acudía desde Filadelfia a los ensayos; también Oscar Hernández en el piano y el Fender Rodes, Vicente George en el güiro, Héctor tempo Alomar y Tony pupy Torres como solistas, y Felo Barrio y Néstor Sánchez en los coros.
Para la grabación del disco estuvieron también como invitados Milton Cardona y Gene Golden en los tambores batá y las congas, Nelson González estuvo tocando el tres, Ed Byrne sumó un cuarto trombón, Mike Lawrence trajo la trompeta, Ron Cuber el saxo barítono y David Valentín la flauta.

lunes, 31 de octubre de 2011

¡Mandinga, Eddie!

Entre un disco con el que se topó por vez primera con el jazz experimental, marcando una vuelta de tuerca al sonido latino en inglés que pululaba por la ciudad, y otro en el que se lanzó con un piano eléctrico, acercándose todavía más al acento innovador de Miles Davis, Eddie Palmieri presentó en 1970 un álbum peculiar: mitad típico, mitad jazzístico, llamado Superimposition. El hombre de la barba partió en dos el LP para abordar de manera separada dos acentos, dos facetas. Por un lado, la profundización de la onda cubana, haciendo a su vez un soberbio homenaje en vida a Arsenio Rodríguez -quien moriría a finales de ese año- y, por el otro, la experimentación abierta a nuevas atmósferas musicales, lo cual incluiría a la psicodelia: el festival de Woodstock ocurría un año antes y el excelente documental que había servido de amplificador a toda esa explosión cultural estaba en las salas de cine en ese momento. No olviden también que Davis se había montado por esas fechas en la odisea de grabar dos discos experimentales: In a Silent Way y Bitches Brew, que marcaron un rompimiento con la ortodoxia de jazz y abrieron el paso a nuevos caminos.
Eddie Palmieri, contagiado por ese ambiente, estaba dispuesto también a ampliar los horizontes de la salsa.
A pesar de todo esto, Superimposition es tal vez el disco más cubano de Eddie, lo cual no deja de ser curioso porque la segunda mitad de la producción se pierde por las planicies del jazz latino -por llamar de alguna manera a esa fusión- y sigue siendo, a pesar de eso, muy cubano. Porque si durante las primeras producciones de Palmieri, el trombón de Barry Rogers era un contrapunto de su piano, en esta ocasión era una trompeta, la de Alfredo chocolate Armenteros, el alter ego necesario. En todo el disco brilla por su técnica impecable y una seguidilla de solitarios que estarán siempre considerados entre los mejores de toda la expresión salsera de esa década que recién estaba comenzando.
Eduardo Palmieri, en mitad del frenesí

Desmontada La Perfecta y roto por unos años el matrimonio musical que había formado con Rogers, Palmieri agregó trompetas y refundó la orquesta. Y en este disco mezcló a músicos con sobrada calidad y kilometraje, como el gran cantante Rudy Calzado en los timbales -que los maneja con mucha eficiencia-, José Rodrígues -con quien ya había grabado previamente y había logrado

viernes, 29 de abril de 2011

Es un desangrado son, corazón

En 1982, la salsa brava daba ya sus últimos estertores, en coma casi profundo que estaba. La invasión del merengue arrasaba como un tsunami, igualando y empobreciendo -excepto contadas excepciones- la musicalidad de la región, al tiempo que la industria intentaba el contraataque lanzando ese engendro llamado salsa erótica -o salsa monga- que terminaría desluciendo casi irremediablemente lo que parecía ser la inagotable riqueza sonora del son. En ese año, sin embargo, la escena de la región se vio sacudida por un disco un tanto peculiar, fresco y potente, que fue muy exitoso en Venezuela y en algunos otros países de la cuenca, sobre todo en Puerto Rico. Un álbum que para muchos fue como agua de mayo y marcó, además, un punto de quiebre en la carrera artística de la cantante venezolana de origen español ·Soledad Bravo·.
Me refiero a Caribe.
                                     Soledad Bravo              (Foto: Carlos Hernández)
El asunto tiene su historia. Un año antes, Soledad asistía a un concierto de Willie Colón y Rubén Blades en Caracas. Quedó tan fascinada con la potencia de la orquesta de Willie que le pidió a César Miguel Rondón que por favor se lo presentara. Ella había culminado ya un ciclo de cuatro años de vivencias en su país natal, después de muerto Franco, y había grabado allí cinco discos muy interesantes (Canciones de la Nueva Trova Cubana 2, Soledad Bravo - Rafael Alberti, Cantos de Venezuela 2, Cantos Sefardíes y Boleros). Según confesó en una conversación que tuvo con mi querida María Elisa Espinosa, le entraron ganas de grabar con Willie porque quería bailar mis propias canciones y que la gente las bailara. O, como piensan otros, porque quería montarse (aunque fuese algo tarde) en esa provechosa ola del bembé.

martes, 19 de abril de 2011

El monte me gusta más

                                       Eduardo Palmieri                   (Foto: Martin Cohen)
Mucha gente considera que es su mejor producción. Al menos la canción que da nombre al álbum, Vámonos pa'l monte, se puede incluir sin pensarlo mucho en la lista de los diez mejores temas de toda la expresión latina de los últimos 50 años. O más. Es un disco guerrero, realizado con una pasión desbordante, cuando las cosas todavía se podían decir con libertad y Palmieri se permitía el lujo, además, de cometer ciertas excentricidades.
Como vendía, como estaba 10 años por delante de cualquier otro músico de su categoría, como tenía un prestigio dentro del circuito musical y nadie le hacía sombra en cuanto a experimentación sonora, Eddie decidía, por tercera vez consecutiva, picar adelante y probar con nuevos sonidos; para lograrlo, buscó nuevos motivos. Después de todo ese canto a la

miércoles, 26 de enero de 2011

Los de Mayagüez son mayagüéñicos

Desde hace varios días tengo al plenero Efraín ·Mon Rivera· Castillo en la cabeza.
Willie Colón y Mon Rivera                                                                         Lee Marshall
Imagínense su historia: hijo de Monserrate Rivera Alers (de esa raza originaria de ilustres bardos de la música boricua) inició su carrera a comienzos de los años 50 cantando en orquestas como la de Moncho Leña, con quien se va a Nueva York a comienzos de los años 50. Es allí donde contribuye a configurar -junto con Eddie Palmieri, Barry Rogers y Joe Cotto, aunque la idea original fue de Al Santiago- una nueva sonoridad que unos años más tarde se propagaría por toda la cuenca del Caribe: una hilera de cuatro trombones, hirientes como edificios, y las trompetas on the side; en 1963 forma su propia banda y cosecha éxitos de gran calibre, con temas en los que el doble sentido baila libremente; produce una pila de discos, algunos como solista y otros con la participación de las orquestas de Palmieri o Cotto. Tanto éxito y tanto agite le hace caer en el mundo de las drogas. Y desaparece del mapa, como un donante que entrega el semen para una criatura maravillosa y va y se marcha.
Como suele pasar en las películas, la criatura crece, toma conciencia, se entera de la "verdad" y decide buscar a su padre. Willie Colón, que absorbió mejor que ningún otro músico el patrón sonoro propuesto por Rivera, lo trajo de nuevo a la realidad en 1975: estaba en un hogar Crea de Puerto Rico, ya recuperado de años de alcoholismo, picadas y rayas, y se ganaba el sustento como electricista.
Un disco para Fania Records lo vuelve a poner en el redil. Los contratos y presentaciones no se hicieron esperar. Y con estos, las presiones propias del ajetreo artístico, un reencuentro con las drogas y la muerte el 12 de marzo de 1978 en Nueva York, a causa de un paro cardiaco y bajo un cuadro hepatítico. Lejos de su Mayagüez natal.
Lo curioso es que Mon sigue siendo un gran desconocido para mucha gente. Un desconocido privilegio, porque era uno de los músicos más completos del Caribe: compositor agudo y sensible, cantante aplicado (y dueño de una vocalización que le permitía entonar trabalenguas de cuidado), maestro en el arte del güiro y arreglista con siete dedos de frente. Además de una batería de dientes de oro que haría palidecer al mismo Pedro Navaja.

En There Goes the Neighborhood (Se chavó el vecindario) reeditado recientemente por los nuevos dueños de Fania, Willie pone a disposición su trombón, junto con los de Jose Rodrígues, Ed Byrne y Lewis Kahn. Mete a Eddie "guagua" Rivera en el bajo, al enorme Papo Lucca en las teclas, a Kako en los timbales, Milton Cardona en las congas y José Mangual en los bongós. En los coros alternan Rubén Blades, Héctor Lavoe, Willie y Fe Ortiz. El güiro lo toca el mismo Mon y marca el ritmo constantemente por el canal R.
El disco no es de fácil lectura, la verdad hay que decirla. La plena se ha circunscrito históricamente a Puerto Rico, y tiene una sonoridad muy plana, casi merenguera, que en los años 70 no "gustaba" tanto frente a lo que estaba palpitando alrededor, mucho más variado. Además, los temas son muy cortos para un melómano acostumbrado a esos montunos kilométricos. 
Sin embargo, al desmenuzarlo canción por canción se aprecian las proezas: la orquesta está hecha a la medida de las cosas; los arreglos son ingeniosos y Mon se encarga de completar el mosaico. A la cuarta o quinta escucha el album aparece pleno, mostrando todas sus posibilidades.
Les pongo una estrofa, solo una, del tema Pena de amor, para que puedan apreciar la economía de palabras -tan característica del canto caribe- en las composiciones del boricua:


Aprende bien corazón
máquina de la ilusión
es alegría y dolor
esa cuestión del amor


No sé si después de haber escrito todo esto haya podido exorcizar de mi mente a Mon. En realidad, tampoco es tan importante hacerlo: de vez en cuando es sabroso tener un trabalenguas sonando en la cabeza.
Para variar.

La única grabación en vivo que se consigue de Mon Rivera la puedes ver aquí. Fue grabada en un programa de variedades venezolano entre 1976 y 1978. No he podido encontrar alguna otra más.
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