jueves, 20 de octubre de 2011

Que cante mi Héctor

Cuando a finales de 1973 Willie Colón toma la decisión de disolver su banda, su cantante Héctor Lavoe se vio de repente en una encrucijada. Por más apoyo que tuviese de Fania Records (Johnny Pacheco vio allí la oportunidad perfecta para lanzarlo como solista, tal y como había hecho meses atrás con Ismael Miranda), por más apoyo que tuviese de la misma orquesta, que decidió permanecer unida alrededor del cantante; por más apoyo que le ofreciese Willie en la tarea de producir nuevas composiciones, Héctor de repente se dio cuenta de que tenía ante sí un reto bien complicado.
Héctor Juan Pérez, a mediados de los 70
No he leído en ninguna parte que él haya dudado ante ese cambio en el destino. Repito: Pacheco estaba más que dispuesto a arrimar el hombro, y Jerry Masucci transitaba aún esa etapa en la que parecía confundirse con un Rey Midas. Lavoe nunca fue de esa clase de hombre que se amilana ante los retos; tenía un ego bien administrado. Pero no es lo mismo ser el cantante de una orquesta, y que sea otro el que se trague las negociaciones y las faltas y las pagas y los ensayos, a pasar a ser cantante de la orquesta... y también el responsable.
Lavoe, sin embargo, tuvo suerte. El grupo de músicos que Willie Colón había forjado era muy homogéneo, consolidado, contaba con varios discos a sus espaldas y centenares de toques. Y la buena recepción que había tenido Héctor en los últimos conciertos efectuados por Fania All Stars en Estados Unidos y Puerto Rico facilitaría la tarea de promocionarlo como cantante. Poseía un gran arraigo entre la gente por la forma como enfrentaba el montuno. Porque Héctor -ahí viene un lugar común- fue uno de los pocos cantantes de su generación capaces de transpirar la cotidianidad del barrio en cada uno de sus soneos; representó como pocos a ese arrabal, a ese gueto latino que trataba de no ahogarse en la ciudad de Nueva York. Ese gueto que, por extensión, terminó siendo muy similar a los barrios marginales de cualquier ciudad grande del Caribe.
Héctor Lavoe era un jíbaro, un hillbill venido de Puerto Rico que nunca se preocupó por hablar bien inglés. Desde finales de los años 60 había estado coqueteando con ese terrible flagelo de la heroína -importada por los veteranos de Vietnam- y, debido justamente a ella y los desórdenes que producía, tenía fama de poco cumplidor: casi siempre llegaba tarde a los conciertos, aunque luego fuera capaz de estar cantando en uno y otro afterhours hasta las 10 de la mañana. Héctor era la representación del varón de barrio y por eso su fama comenzó a crecer como la espuma. Una vez roto el matrimonio con Willie, era necesario hacer un disco que le sirviese de presentación oficial como nuevo showman de la expresión. En Fania decidieron que había que sacarlo antes de que terminase 1974.
Para Lavoe fue, además, la oportunidad perfecta para demostrarse a sí mismo, y a su familia, que era capaz de ser una persona de éxito.

Con Willie Colón como productor, más relajado por no tener que cargar con una banda a cuestas, la realización de La Voz, que finalmente fue publicado en el 75, reunió los mejores ingredientes. La banda que participó en las sesiones de grabación estaba compuesta por el legendario Tom Malone y el brasileño José Rodrigues en los trombones, Milton Cardona en las congas, José Mangual Jr. en los bongós, Eddie guagua Rivera en el bajo y Nicky Marrero en los timbales. A este hatajo de maravillas, Héctor decidió añadirle dos trompetas (como homenaje al sonido de Arsenio Rodríguez y al que Eddie Palmieri se había abrazado seis años antes), y para eso llamó a Ray Maldonado y a Héctor bomberito Zarzuela. Para su primer disco, decidió también que estuviese en el piano ese trágico portento llamado Mark Dimond, que había tocado en el segundo y tercer discos de Willie y pudo haber llegado a codearse con Eddie Palmieri, sino fuese porque sucumbió a las malas mañas de las drogas y desapareció del mundo musical neoyorkino en 1976 para nunca más volver.
Lastimosamente.
Me faltaron los coros: en ellos están Rubén Blades, quien en ese momento tenía tanto afán por surgir que hacía coros hasta cuando se duchaba; Willie García, (¿ex?) esposo de La Lupe en ese momento y reputado cantante, además del propio Willie y el propio Héctor. El disco fue grabado en vivo -a la vieja usanza- en los Good Vibrations Sound Studios de Broadway, aunque dichos coros fueron añadidos posteriormente.
Jon Fausty estuvo en las perillas.
La selección de temas es muy interesante. Si los seguidores de Lavoe esperaban irreverencia a secas, se sorprendieron por la cantidad de temas de corte amoroso: tres boleros (uno de ellos, Tus ojos, que es estupendo) y una guaracha; más dos canciones de corte religioso, una dedicada a su isla querida Borinquen y otra a sus seguidores. Un álbum redondo que alcanzó el disco de Oro a las pocas semanas y que le permitió ser reconocido como el mejor cantante de salsa en Nueva York ese año.

El disco empieza con El todopoderoso, un guanguancó que cuenta con unos singulares arreglos gregorianos -sí, gregorianos- en los metales y una canción que raya en la salsa evangélica, pero se salva de la picota gracias al rápido montuno de Héctor y a esas trompetas bien arregladas por Colón que le dan una armonía pegajosa al tema, muy apta para el baile. Emborráchame de amor es ese canto amoroso necesario que tanto le gustaba afrontar (era fanático de la voz de Vicentico Valdés y Santos Colón), con un arreglo tal vez un poco preciosista, pero que no desentona con el resto de la grabación. Paraíso de dulzura, un mambo compuesto por el propio Lavoe, es un saludo a su tierra, una prueba más de que su exilio a la gran ciudad no fue más que por las ganas que tenía de alcanzar la fama (de hecho, nunca llegó a sentirse neoyorkino). Y a continuación Un amor de la calle, bolero desplante como pocos y que Héctor canta con mucha solvencia y madurez. Y eso que aún no había cumplido los 30 años.
El siguiente tema es un son montuno con muchísima fama: Rompe Saragüey, un cover del éxito de los años cincuenta compuesto e interpretado por Félix Chappottín. Canción santera como la que más, incluye un extraordinario solo de Dimond que dura más de dos minutos; un solo de piano casi sin parangón. Tanto así que es uno de los pocos solos salseros capaces de ser recordado por cualquier bailador, quien lo tararea y se lo vacila como si fuese parte de la letra, parte del montuno, parte de la voz. En ella, el soneo de Lavoe alcanza cotas nunca vistas en ninguna de sus grabaciones posteriores. El arreglo de José Febles hace el resto, y un corto pero contundente solo de trompeta de bomberito se encarga del resto. Solamente por esta canción vale la pena ubicar a este disco entre los mejores de toda la expresión salsera, ever.
Mucho amor es una bomba con pinceladas de guaracha que puede pasar sin pena ni gloria, y Tus ojos (en el link, con Tito Puente) es un bolero muy bueno, lento, casi pesado, traído del enorme arsenal musical cubano. Y cierra el álbum una canción que con el paso del tiempo se convertiría en una de las signatures de Héctor: Mi gente, una festiva guaracha compuesta especialmente para él por Pacheco, ideal para su lanzamiento como solista, y que vio por primera vez la luz en ese legendario concierto de la Fania All Stars en el Coliseo Roberto Clemente de Puerto Rico, en 1973, y posteriormente en las presentaciones que realizaron en Africa. Había que grabarla en estudio, sumarle un estupendo solo de trompeta de Maldonado, coros festivos y esos giros en el soneo que la convertirían en un clásico inmediato


Oigan, mi gente
Lo más grande de este mundo
Siempre me hacen sentir
un orgullo profundo.

Los llamé
no me preguntaron dónde
Orgullo tengo de ustedes
Mi gente siempre responde

Vinieron todos
para oírme guarachar
Pero como soy de ustedes
Yo los invitaré a cantar
Conmigo sí van a bailar

Que cante mi gente

Otro motivo más para subir este álbum a los altares de la salsa.

Qué decirles... el disco fue un exitazo rotundo, un clásico automático. Está considerado por muchos la mejor producción de Lavoe, porque transpira la esencia real del cantor ponceño. En ella se puede escuchar a Héctor en plenas facultades, cuando los excesos de su vida aún no le habían pasado factura. Fue, además, la mejor demostración de que él había surgido, de que una persona del arrabal de Puerto Rico, como él, podía llegar a las alturas de la fama y tener la portada de un disco para él solo.
Lo malo de este LP fueron las consecuencias: si ya con Colón Héctor había alcanzado un considerable reconocimiento, con esta producción comenzaría a gestarse el mito. Para una persona mal asesorada y peor acompañada, tanto dinero súbito, prestigio y endiosamiento terminó por arar el surco por el que canalizaría su vida: una trayectoria marcada por los excesos, la tragedia, las caídas (una de ellas de un noveno piso), las drogas y los desengaños que culminarían con su muerte en 1993.

6 comentarios :

  1. Mucho mejor que la película. Como dices tú: Genio y figura. Buenisimo Juan!

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  2. ¡Las cucarachas, que suelten el colchón!
    Héctor sigue siendo lo más grande de este mundo. Fabuloso post.

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  3. Provoca terminar con el coro aquel: "¡¡¡alalalalalaaa....!!!" --Gisela

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  4. El más grande de todos los cantantes, con su sonero inigualable, inimitable. Nuca te olvidaremos, quienes gozamos con tus sones y tu estilo perticular. Dios te tenga en la gloria porque te lo merces, independientemente de tus andanzas. ¡¡De los tres grandes!!

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  5. "Emborráchame de amor" es un tema compuesto por mi compatriota, el gran Mario Cavagnaro, ya fallecido, quien era uno de los baluartes de lo que se conoce como vals criollo.
    Saludos
    Víctor Paredes
    Lima-Perú

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  6. Hector grande x siempre que viva el cantante de los cantantes

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