Además de empezar a dejarse crecer la tumusa, Ray Barretto tomó dos decisiones importantes en 1967. La primera fue cambiar la estructura de su banda: dejó atrás el concepto de charanga moderna con el que se había arropado desde 1961 y adoptó el conjunto, con una sección rítmica completa, dos trompetas y ya está.
La segunda fue firmar con Fania Records.
Raymundo Barretto (Codigo Music) |
La estructura musical de la charanga podía ser interesante para lanzar discos con portadas de James Bond, o para intentar vender un estilo musical refinado. Pero ese no era el camino adecuado para acercarse al creciente público latino que demandaba mezclas modernas de son con soul; un público que tenía claro que lo suyo era una rumbita, pero les daba igual si esa rumbita contenía matices negros del rhythm & blues, del funk o del rock. Lo que importaba realmente era que el sonido fuese auténtico, con sabor a calle.
El fue uno de los pocos músicos latinos -porque Barretto era nuyorican- que inició su trayectoria en el jazz y fue después cuando decidió dar el salto a las sonoridades latinas. Para que se hagan una idea: Ray comenzó a tocar los cueros mientras pertenecía al ejército estadounidense y estaba acantonado en Alemania como parte de la fuerza de ocupación posterior a la Segunda Guerra Mundial. A causa del racismo propio de esa época, formaba parte de un batallón de negros (toda persona que no fuese blanca solía terminar agrupada allí), y fue gracias a ese roce que pudo experimentar por primera vez qué se sentía al momento de batir los cueros tensados de un tambor. Lo hizo dejándose influenciar por el cubano Chano Pozo y por Dizzy Gillespie, que juntos compusieron Manteca, grabada allá por 1947, y no le fue mal, la verdad, porque a su regreso a Nueva York comenzó a hacerse un nombre y llegó a ser fichado por Charlie Parker, con quien tocó durante un tiempo. Después estuvo con Eddie Bonnemere, y descargó con Cal Tjader y Wes Montgomery, entre muchos otros. De ahí dio un salto a lo latino para trabajar con José Curbelo y estar cuatro años tocándole los cueros a Tito Puente, antes de independizarse en 1961 y probar fortuna con las charangas que grabó para los sellos Riverside, Tico, United Artists y Roulette. Todo esto sin dejar de lado su labor como sideman para Herbie Mann, Chick Corea y Dizzy Gillespie, por solo nombrar a tres. Que fueron muchos más.
Pero estábamos en 1967, ¿no?
Sigo: Masucci mostró interés por Barretto y decidió ofrecerle un contrato con Fania así como también la posibilidad de grabar a sus anchas. Lo dijo una vez César Miguel Rondón y aquí no lo vamos a desdecir: de todos los músicos renovadores de la salsa, Ray era de los que mejor casaba las informalidades del jazz con la riqueza rítmica antillana. Su ansias de experimentación no llegaron a los niveles de Eddie Palmieri, pero jamás fue un conformista.
Barretto firma y se mete de inmediato en los estudios de grabación de la RCA con su nueva orquesta, compuesta por sus manos en las congas, los geniales Roberto Rodríguez y René López en las trompetas, Louis Cruz en el piano, Bobby Rodríguez en el baby bass, Orestes Vilató en los timbales, Pete Bonet afrontando los temas en inglés y Adalberto Santiago en español; ambos cantantes participan a la vez con diversos instrumentos de percusión. No hubo nadie a cargo de los bongós (este instrumento sería nuevamente añadido a la orquesta en el siguiente disco) y los coros estuvieron a cargo de Jimmy Sabater y Willie Torres. La producción corrió por cuenta de Harvey Averne, y el disco se llamó Acid.
Fue un exitazo.
A diferencia de sus anteriores LPs, con Acid pudo llegar de inmediato al público latino joven que estaba en ese momento viviendo el craze del boogaloo. Las combinaciones rítmicas y experimentales que Barretto llevó a cabo fueron bien recibidas, dado el parecido en las intenciones con otros músicos del solar. Esto se debió en parte a la buena calidad de los arreglos y la libertad que tuvieron sus instrumentos para expresarse. Los temas contenidos en este álbum no repiten la misma saturación modal que comenzaba a hacer estragos en la fiebre del boogaloo. De hecho, para algunos expertos no son realmente boogaloos: van más allá porque aceptan con entusiasmo el juego libre del jazz y esa cadencia deliciosa del soul. Aquí, la improvisación/creación cobra importancia y dos de los temas del disco, posiblemente los dos mejores, apuestan justamente por ello. John Storm Roberts escribió en una ocasión que Acid era el resultado lógico de los años que pasó Barretto nutriéndose de los ambientes del jazz y colaborando en numerosas grabaciones con músicos de alto calibre: en los años 60, Ray fue uno de los congueros más solicitados para participar en sesiones de estudio. Por lo tanto, a diferencia de otras bandas que habían entrado en la onda del boogaloo sin tener conocimientos profundos del R&B, Barretto podía presumir de ellos. Y eso se nota.
El nuevo Barretto fue el tema escogido para abrir Acid. Es un boogaloo festivo que sirve de presentación al nuevo sonido de la orquesta. El número acoge un efectivo solo de Cruz, y no omite su parte de aplausos marcando el ritmo -faltaría más- y el subidón del montuno destinado únicamente a levantar el bonche, lo que lo hacía apetecible para ser programado en una emisora de radio. Mercy Mercy, Baby, que viene a continuación. es un shingaling que bebe tanto del soul que casi lo deslía. Bonet, con su interpretación, se encarga de transportar la melodía a sonoridades que rayan en lo yeyé.
Acid es uno de esos dos temas fundamentales: una descarga propiamente dicha en clave de son mantenida en vuelo gracias al bajo estupendo de Bobby, que se lanza un riff mezclado con funk por el que se deslizan las trompetas (una de ellas con sordina, muy a lo Miles Davis o Gillespie, según comenta el percusionista Bobby Sanabria), las pailas de Orestes, los cueros de Ray y el piano en modo montuno de Louis, mientras Adalberto y Pete asumen los sonidos del güiro y la clave, culminan todos en una moña deliciosa. La totalidad de los músicos va siendo anunciada entre exclamaciones de los demás integrantes, mostrando lo maravillosa que resulta una música grabada en vivo.
A Deeper Shade of Soul es un regalo para los archivos generales del boogaloo, un clásico del género en toda regla que incluye un extracto de otra pieza no menos famosa de la época, Knock on Wood, interpretada por el percusionista y colega de Barretto Willie Bobo, nuyorican como él pero mucho más inclinado hacia los predios del jazz.
The Soul Drummer cae también en los predios del boogaloo, pero esta vez con una base rítmica latina mucho más afincada y dos momentos del montuno en los cuales esas salvajes trompetas charlan entre sí y entrelazan sonidos maravillosos, de esos que obligan al que está escuchando a prestar más atención. Sola te dejaré, en cambio, es el típico canto machista que por lo visto no puede ser expresado sino en son, mambo o guaracha. Aunque la canción no es nada del otro mundo, tuvo mucho éxito en las emisoras latinas y marca la pauta más antillana de todo el álbum. Pero es bastante misógina y con una letra un tanto mediocre. Luego viene Teacher of Love, otro shingaling, pero esta vez de poca monta con una letra superficial cuyo coro dice, así como quien no quiere la cosa:
I'm the loving loving man
I'm the teacher of love
(teacher, want to teach me tonight?)
Se podrán imaginar bien el resto de la canción.
El disco cierra con la segunda pieza fundamental: Espíritu libre. Ya el título anuncia lo que viene a continuación, pero como Sanabria, que es músico, lo dice mucho mejor que yo, aquí les dejo sus ideas: Espíritu libre abre con un diálogo de percusión entre Orestes, que toca los martilletes sobre los timbales, y Barretto en las congas. Una melodía persistente es anunciada por López, y luego copiada por Rodríguez en la trompeta con sordina. Bobby Rodríguez entra con una línea de bajo en compás 6/8, acompañado por Santiago con una pequeña campana y Bonet con una quijada de burro. Barreto y Vilató conversan sobre la base de un ritmo occidental de raíz africana, conocido como bembé. López, en su papel de solista, utiliza algunos efectos especiales y Louis Cruz agrega frases de blues, inesperadamente misteriosas, a medida que la intensidad crece. Finalmente llega una abrupta detención. Una recapitulación de la melodía persistente de estas dos trompetas cierra la pieza y termina ese viaje a Africa. ¿Entendieron bien?
Yo solo puedo agregar que la experiencia dura más de ocho minutos y uno se queda con las ganas de que dure unos cuantos más.
Acid resultó ser una estupenda presentación oficial de Barretto dentro de lo que posteriormente comenzó a llamarse el sonido Fania.Y Ray, aunque poco a poco iría despegándose de su dependencia del soul y el R&B en la seguidilla de discos que hizo hasta la disolución de su orquesta en 1972 -en parte también porque los rigores del mercado así lo recomendaron-, jamás dejó de contar con estos ingredientes jazzísticos y negros. Eran parte de su ADN y siempre fueron su refugio predilecto cuando quería escapar de los incordios que tantas veces aparecían entre los músicos salseros.
Uno ve la portada del disco, y su título, y se imagina que dentro lo que hay es cabilla, pero cabilla psicodélica con LSD y demás hierbas aromáticas. No es así. En realidad se acerca un poco a las sonoridades impuestas por la contracultura de mediados de los años 60 (el boogaloo es hijo de dicha contracultura), pero jamás llegó a los niveles que se manifestaron en el rock 'n' roll y en otros subgéneros.
En honor a la verdad, el título de este disco fue idea de Masucci, a quien le pareció estupendo aprovecharse de la moda circundante para tratar de colocar mejor los LPs en las tiendas y abrirse paso entre los mercados latino y anglo.
Cosas del marketing.
Leyendo de nuevo los post, sobre todo de mis discos preferidos (Acid es el que más disfruto de Ray Barretto). Saludos
ResponderBorrarEl salsero llama dos veces. :)
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