jueves, 3 de febrero de 2011

Somos todos para uno envolviéndose en un todo (¿?)

En 1977, cuando ya el monopolio Fania causaba estragos en el ambiente musical del Caribe y el boom de la salsa comenzaba a mostrar signos de cansancio, un grupo de artistas de Puerto Rico decidió hacer la contraparte a la Fania All Stars. De la mano del productor Frankie Gregory, se reunieron para alinear su selección de "jugadores", hacer buena música y, de paso, rendirle tributo a la isla. Que en eso los portorros, como los cubanos, son muy dados.
Son variados los motivos que provocaron estos acontecimientos. Resumo para no aburrir: aquella empresa de discos que a comienzos de esa década estaba grabando una música fenomenal, había logrado reunir a sus propias estrellas que daban conciertos de altísima factura y viajaba por todo el mundo, estaba ahora inmersa en una política de "internacionalización" junto con CBS Columbia, la del ojito que camina. Esta decisión trajo como resultado la producción de varios discos "crossover" (Delicate and Jumpy, Rhythm Machine, Spanish Fever y Cross Over, entre otros) malazos, de escasísimo valor, que ni eran ni chicha ni limoná, que no gustaron al público latino ni al otro. A esto hay que sumar las prácticas monopólicas y casi mafiosas, que impedían que en muchas emisoras de radio -sobre todo en Nueva York- se pudiesen radiar canciones que no perteneciesen a los múltiples sellos que estaban bajo el paraguas de Fania Records. El poder de la empresa, ya totalmente controlada por Jerry Masucci, era tal que algunos artistas, como los Hermanos Lebrón, llegaron a grabar discos para cumplir su contrato, pero estos nunca llegaron a ser dados a conocer.
El gran Andy Montañez, muchos años después
Las prácticas de Masucci, adorado por algunos y denostado por otros, contribuyeron a crear un gran descontento en muchos músicos, que se sentían maltratados por las arbitrariedades de la empresa. Por lo tanto, reunir en otro ámbito y fuera de las garras fanianas a un grupo de músicos de altísimo standing terminó siendo una demostración de principios, muy aplaudida en su momento... aunque hoy en día no pase del todo la prueba de los años.
César Miguel Rondón habla maravillas del primer disco de la ·Puerto Rico All Stars·. Pero no hay que olvidar que El libro de la salsa fue escrito en el fragor del boom, y Rondón -que tampoco veía con buenos ojos lo que estaba ocurriendo en Nueva York- apoyaría, como de hecho hizo, cualquier iniciativa que rompiese con los férreos lineamientos que venían de la gran manzana.
¿Por qué digo esto? Porque el primer disco de la PRAS, aunque incluye a una batería de músicos de enorme calibre, como es el caso de Papo Lucca en el piano, Endel Dueño en los timbales, Manolito González en los bongós, Tony Sánchez en la batería, Polito Huertas en el bajo, Eladio Pérez en la conga, Juan Torres, Mario Ortiz y Elías Lopes en las trompetas, Aldo Torres, Rafi Torres y Gunda Merced en los trombones, y cuatro cantantes de altísima factura: Andy Montañez, Paquito Guzmán, Luigi Texidor y Marvin Santiago, es un disco que -a mi parecer- no acusa muy bien el paso del tiempo.
Aquellos arreglos que hace 34 años podrían sonar novedosos -aunque le debían mucho a Tito Puente y aquellos sonidos tan altisonantes que grabaron muchos en Tico Records durante los años 60- no han envejecido muy bien que digamos; esos efectos especiales en Los tambores, logrados mediante la aceleración de las cintas de media pulgada en los legendarios grabadores Revox, pudieron haber sido rompedores en aquella época, pero hoy en día poco tienen que ver con el tumbao que suena detrás de ellos.
El mejor ejemplo de lo que digo es la canción Reunión en la cima. Compuesta por Tite Curet Alonso especialmente para la ocasión, comienza con un arreglo de big band que, con toda seguridad, ha sido obviado por todas las personas que escucharon la canción, o la radiaron en las emisoras, porque está un tanto fuera de lugar. 
La letra, que quiere ser una declaración de intenciones, termina siendo un galimatías de difícil comprensión que provoca sonrisas (o risas), más aún cuando trata al imprescindible bailador como un elemento (al menos que estemos hablando de otro elemento, que nunca se sabe). Y esto es extraño, porque el Tite es uno de los mejores compositores de todos los tiempos.  A lo mejor fue que lo agarraron con la musas de vacaciones, o estaba más ocupado componiendo para su amigo Jerry (porque Tite siempre habló maravillas del dueño de Fania). 
Si piensan que estoy de joda, lean: 

Hablo con el corazón
evidentemente
hay reunión en la cima
en la cima hay reunión.
Somos todos para uno
envolviéndose en un todo
con el deseo de expresar con humildad
que sin mucho liderato
y sin bombo ni platillo
el sistema sencillo
de cantar y de tocar
Al elemento se puede poner a gozar
Ay, al elemento que se puede poner a gozar. 

¿Que hay críticas a la forma como eran tratados los músicos en Nueva York? Sin duda: en el montuno, Montañez se vanagloria de que aquí, por fin, "no hay apellidos con ucci ni curucci ni susucci". Poco le faltó para decir el apellido y soltar, a continuación, el número de seguridad social del capitoste.
¿Que hay temazos en el disco? ¡Pero claro!: Canto a Borinquén tiene una cadencia que obliga a bailar y un solo de piano del enormísimo Lucca que le puede volar a uno los tapones; y Changüirí alberga un juego de bongós de González que es para alucinar en estéreo. Pero la factura general del disco, por sí sola, dista mucho de convertirse en un clásico. Es más importante, finalmente, la postura política y su posicionamiento ante una realidad que, como músicos, estaban sufriendo, que la calidad musical inmersa en los surcos.


(malas noticias para los que me leen en Europa: el disco no está en Spotify)
(bad news para los que me leen en Estados Unidos: tampoco aparece en Rhapsody)

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