1983 marcó un periodo bastante espeso para la carrera de Willie Colón. Fue ese año cuando lanzó un disco bastante desubicado en la vida, al margen de cualquier otra cosa que estuviese sonando en la expresión salsera: Corazón guerrero, del que incluso Willie habló en un entrevista de la siguiente manera: no se puede hacer la música del mañana para el público de hoy, o algo así fue que dijo. Ese LP es tal vez su trabajo más delicate and jumpy... hasta se podía adquirir una copia del cursi corazón de chocolate de la carátula.
Pero sigamos: en ese año, además, cortaba cabos con Rubén Blades (estaban hartitos el uno del otro) y publicaba con él un disco -no fue el último que hicieron juntos- que tampoco alcanzaría la grandeza de sus anteriores producciones: The Last Fight, aunque el título, eso sí, haya venido como anillo al dedo. Este álbum terminaría también siendo la banda sonora de una película de igual nombre: un fracaso comercial tan estruendoso que por poco se lleva por delante a Fania Records y a Jerry Masucci, que había puesto casi todos los huevos en ese saco sin fondo.
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