En 1982, la salsa brava daba ya sus últimos estertores, en coma casi profundo que estaba. La invasión del merengue arrasaba como un tsunami, igualando y empobreciendo -excepto contadas excepciones- la musicalidad de la región, al tiempo que la industria intentaba el contraataque lanzando ese engendro llamado salsa erótica -o salsa monga- que terminaría desluciendo casi irremediablemente lo que parecía ser la inagotable riqueza sonora del son. En ese año, sin embargo, la escena de la región se vio sacudida por un disco un tanto peculiar, fresco y potente, que fue muy exitoso en Venezuela y en algunos otros países de la cuenca, sobre todo en Puerto Rico. Un álbum que para muchos fue como agua de mayo y marcó, además, un punto de quiebre en la carrera artística de la cantante venezolana de origen español ·Soledad Bravo·.
Me refiero a Caribe.
El asunto tiene su historia. Un año antes, Soledad asistía a un concierto de Willie Colón y Rubén Blades en Caracas. Quedó tan fascinada con la potencia de la orquesta de Willie que le pidió a César Miguel Rondón que por favor se lo presentara. Ella había culminado ya un ciclo de cuatro años de vivencias en su país natal, después de muerto Franco, y había grabado allí cinco discos muy interesantes (Canciones de la Nueva Trova Cubana 2, Soledad Bravo - Rafael Alberti, Cantos de Venezuela 2, Cantos Sefardíes y Boleros). Según confesó en una conversación que tuvo con mi querida María Elisa Espinosa, le entraron ganas de grabar con Willie porque quería bailar mis propias canciones y que la gente las bailara. O, como piensan otros, porque quería montarse (aunque fuese algo tarde) en esa provechosa ola del bembé.
Me refiero a Caribe.
Soledad Bravo (Foto: Carlos Hernández) |