viernes, 29 de junio de 2012

Oye, Jéctor, tú estás hecho

Existen al menos dos versiones para explicar la súbita desaparición de Héctor Lavoe durante buena parte de 1977. Una de ellas habla sobre una crisis de nervios que le sobrevino en el mes de abril, producto del exceso de trabajo, un nuevo pico de adicción a las drogas -principalmente heroína- y la resta de todo esto en sus niveles de autoestima y autocontrol. La otra versión, como ha ocurrido ya varias veces en el mundo de la música latina en Nueva York, inclina la explicación casi exclusivamente a una recaída severa en el abuso de las jeringas y todos los demonios que se desatan (y que ayudan a vender periódicos). César Miguel Rondón asomó en su Libro de la salsa la posibilidad de que, en el trance, Lavoe hubiese tenido que ser internado en una clínica especializada de Madrid, España.
Héctor Juan Pérez




En realidad, poco importan los motivos. Héctor ya venía desde 1976 atiborrado de compromisos, cantando en hasta tres shows diarios, siete veces a la semana; viajando de un lado a otro sin descanso y rodeado de gente que terminaba no siendo la mejor compañía. Its Up to You había sido un exitazo y eso repercutía en su estilo de vida; le aumentaba el estrés. Aparentemente, también tenía problemas con Fania Records: no le pagaban lo que se merecía y le cantaban milongas para mantenerlo entretenido. Más presión. Por lo visto, Lavoe no encontraba mejor manera para disipar ese estrés que darse un picotazo en la vena con regularidad. Una regularidad que terminó minando su fortaleza física. Llegó un momento en el cual no podía ni mantenerse en pie y fue ahí cuando se encendieron las alarmas: suspendieron todas sus presentaciones y varios de sus amigos comenzaron a tomar medidas.
Se le decretaron vacaciones forzosas y a ver cómo sacamos a este hombre del agujero.

martes, 12 de junio de 2012

Ismael y Kako han dado un batazo

Pasan los años y ciertas canciones permanecen. No solo porque quedan impresas en la historia de nuestras vidas, sino porque además forman parte de ciertos ritos urbanos que hacen que las cosas funcionen con menos contratiempos. Les pongo un ejemplo: algunas discotecas de salsa en Colombia, me cuentan, tienen un procedimiento de cierre que cumplen como si de algo religioso se tratara: ponen una canción -la última- y la gente de inmediato deja el baile y empieza seguidamente a cantar

Es tarde, ya me voy
mi negrita me espera.
Hasta mañana.
Porque cuando salí, dijo: negro, no tardes en la ciudad

Si yo no vuelvo mi negrita se desvelará
no se acostará
déjenme irme que es muy tarde ya
voy sin miedo de la noche que muy negra está

El hombre bueno no teme a la oscuridad
yo ando por buen camino y en mi soledad
Déjenme irme que es muy tarde ya
voy sin miedo de la noche que muy negra está.


Francisco Bastar

Fin del rito y fin de la rumba; la gente sale tranquilamente del local y se apagan las luces.
¿Lo ven? Las cosas funcionan sin mayores contratiempos.
Esta canción que todos conocen y han bailado, de los mejores clásicos de la salsa buena, está incluida en un disco que resulta importante, un álbum maravilloso: Lo último en la avenida. Aquí hago una reseña rápida de esta grabación, que no ha trascendido debidamente en la historia del género a pesar de que cuenta -también- con la mejor versión de las miles que hay de El Cumbanchero, ese temazo histórico de Rafael Hernández.
Lo último... rebosa una calidad musical elevada, gracias al virtuosismo de la orquesta de kako -quien ya venía trabajando de lleno en esa sonoridad e incluso había formado parte de las seminales All Stars de Al Santiago-, y muestra a un Maelo estupendo, en la cima de sus facultades con su ronca voz de barítono al cien por ciento de su rendimiento.
Este disco estuvo producido por Miguel Estivill, uno de los A&R de Tico Records, y parece haber sido el resultado de alguna reunión creativa entre panas rumberos. Me explico, para el año en que se publica, 1971, Maelo ya estaba más que asentado en Nueva York con sus Cachimbos, había sacado dos discos con ellos y tenía una agenda
bastante apretada. Por lo tanto, meterse en un estudio con el trabuco de kako Bastar debió haber sido el resultado de una operación amistosa, de tremebundas consecuencias, que suele comenzar inocentemente con un oye, chico, ¿y por qué no grabamos un disco?
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