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viernes, 17 de junio de 2011

Químbara cumbara cumba quimbambá

Mucha gente cree que ·Celia Cruz· fue una de las fundadoras de todo ese movimiento salsero que arrasó como un deslave con la musicalidad de la región latinoamericana en los años setenta. Que esa negra deliciosa, con voz de trueno y sonrisa a flor de piel, estuvo siempre ahí, a la vanguardia musical, marcando el rumbo de todo ese sonido mestizo y agresivo. Habrá que agregar que no fue así, que Celia llegó tarde -casi sin imaginárselo- en 1973, cuando el movimiento estaba ya gestado y caminaba por su cuenta.
                                          Celia Cruz y Johnny Pacheco                       (Lee Marshall)
Y aclaro alguna cosa más: en los años sesenta, cuando esos trombones y esas orquestaciones, esa mezcla, estaban empezando a sonar de maravilla en Nueva York, y aquel tumbao se iba drenando lentamente por el resto del continente mandando al cofre de las antiguallas cualquier cosa que hubiese sonado previamente (excepto algunas honrosas excepciones), Celia Cruz vivía en México, desfasada, semiolvidada por su público y disgustada además con su contrato con Tico Records, un sello disquero que estaba entrando en decadencia y apenas se acordaba de ella, concentrado como estaba en salvar los papeles en Manhattan ante la muerte del boogaloo, el empuje de Fania Records y el temprano declive de La Lupe.
Además, Celia viajaba poco, porque era una época en la que había una ola de secuestros de aviones que terminaban aterrizando -¡oh, casualidad!- en Cuba, y ella tenía mucho miedo de acabar en una de esas aeronaves. No se olvide nadie que Celia era de La Habana y desde que salió de gira con la Sonora Matancera en 1960 no pudo regresar a su islita querida... ni siquiera cuando murió su madre, Catalina Alfonso, pues Fidel dijo tajantemente que no le iba a permitir la entrada.

lunes, 23 de mayo de 2011

Yo lo pongo como a usted le guste más

Por culpa de una sola canción, Traigo de todo siempre ha corrido el riesgo de ser disecado por un taxidermista para, una vez congelado a temperatura ambiente, ponerlo en un altar, adorarlo y que vengan los diletantes a sacarle brillo al fenómeno todos los días. Así, fascinados.
De hecho, me arriesgaría a preguntar, ¿este álbum seguiría siendo el más importante de la trayectoria de Ismael Rivera si no incluyese El nazareno? Aunque también se podría porfiar: sin Las caras lindas, ¿Esto sí es lo mío sería el segundo mejor álbum de él (algunos se atreven incluso a decir que es superior)?
Es para quedarse pegado con el temita hasta el año 2014, por lo menos...
                     El Sonero Mayor         (Fernando Sánchez)
Pero no, mejor no. Como diría Maelo, ¡fuera, zapato viejo! y concentrémonos en sacarle el jugo a las cosas buenas que tuvo este lanzamiento de 1974, que fue -para darle más intriga al asunto, que se me duermen- el último antes de que el deterioro de su voz comenzase a resultar evidente, y el último que hizo con plenísima libertad de movimiento... porque fue también el último antes de que Fania Records se cruzase en su camino.
Para bien y para mal.
Traigo de todo fue producido por Joe Cain y grabado en Generation Sound Studios (uno de los estudios preferidos por los músicos de jazz de Nueva York, como atestiguan numerosos discos de esa década). Los arreglos, como siempre, estuvieron a cargo del pianista cubano, el ex matancero Javier Vázquez. Los Cachimbos estuvieron más aceitados que nunca y contaron en esa ocasión con un invitado de la talla de Alfredo chocolate Armenteros en la trompeta, además de Manuel González en el saxo alto, Harry D'Aguilar en el trombón, Raimundo Vázquez en el bajo, Víctor González en el bongó, Carlos rigo Malcon en los timbales, Frankie Malabé en el congo y Sammy Ayala en la percusión. Los coros, muy sobresalientes -en Satélite son, sencillamente, insuperables- estuvieron a cargo de Yayo El Indio, Vitín Avilés y Adalberto Santiago.

martes, 19 de abril de 2011

El monte me gusta más

                                       Eduardo Palmieri                   (Foto: Martin Cohen)
Mucha gente considera que es su mejor producción. Al menos la canción que da nombre al álbum, Vámonos pa'l monte, se puede incluir sin pensarlo mucho en la lista de los diez mejores temas de toda la expresión latina de los últimos 50 años. O más. Es un disco guerrero, realizado con una pasión desbordante, cuando las cosas todavía se podían decir con libertad y Palmieri se permitía el lujo, además, de cometer ciertas excentricidades.
Como vendía, como estaba 10 años por delante de cualquier otro músico de su categoría, como tenía un prestigio dentro del circuito musical y nadie le hacía sombra en cuanto a experimentación sonora, Eddie decidía, por tercera vez consecutiva, picar adelante y probar con nuevos sonidos; para lograrlo, buscó nuevos motivos. Después de todo ese canto a la

jueves, 31 de marzo de 2011

Es que yo traigo de Oriente ritmo caliente

Antes de adoptar el alias ·Joe Cuba·, Gilberto Miguel Calderón Cardona se llamó por un tiempo Joe Panamá. Van a pensar que el hombre cambiaba de nacionalidad tanto como un barco liberiano, pero no, no es el caso.
La anécdota, de hecho, tiene su bembé.
Nuyorican como muchas estrellas de la expresión latina, Calderón cayó en el mundo de la música gracias a uno de esos puntos de quiebre que suele producir una metedura de pata. Más si es real. Recién llegaban los años 50 cuando Gilberto se rompía una pierna y frustraba con ello sus ganas de ser beisbolista y basketbolista (además de estar estudiando para ser abogado). Para no aburrirse en casa, le pidió a un vecino suyo de la calle 115 de Nueva York que le prestase unas congas para remedar lo que escuchaba en los discos de Machito.
Y le fue cogiendo el gusto al asunto.
Joe Cuba, el alcalde del barrio
Tanto, que a la vuelta de un año, o dos, estaba ya tocando como reemplazo en diversas orquestas -participó en dos o tres ocasiones en la de Marcelino Guerra, que no es poco- hasta que la buena fortuna, de la mano del bajista Roy Rosa, le hizo entrar en el quinteto del panameño David Preudhomme, que se había puesto el mote de Joe Panamá. El hecho es que Preudhomme no era hombre de negocios y Calderón sí, por lo que al final terminó este último encargándose de las finanzas y, luego de desavenencias musicales, quedándose con el grupo.
También por recomendación de Rosa, Joe añade a un vibrafonista llamado Tommy Berríos, por lo que la banda pasa a llamarse el Sexteto de Joe Panamá... hasta que, durante un concierto en el club La Banda de la ciudad, Preudhomme se presenta advirtiéndole que tenía registrado los derechos del nombre, así que cuidao. Visto el panorama, aceptó la recomendación del promotor Catalino Rolón y decidió rebautizarse Joe Cuba.
El resto ya lo conocen.
No sin algunas vicisitudes, a partir de ese momento el sexteto fue subiendo peldaños de popularidad en Nueva York, principalmente porque su empeño en incluir canciones con ritmos latinos, pero cantadas en inglés, contribuyó casi sin quererlo a fortalecer ese espanglish incipiente, y resultaron ser bien recibidas por esos jóvenes que se bandeaban sin problemas entre ambos idiomas.
Fue telonero en muchas ocasiones de los Titos en ese fantabuloso Palladium, y se nutrió de esa música generosa  que siempre admiró para crear un estilo propio.
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