martes, 19 de abril de 2011

El monte me gusta más

                                       Eduardo Palmieri                   (Foto: Martin Cohen)
Mucha gente considera que es su mejor producción. Al menos la canción que da nombre al álbum, Vámonos pa'l monte, se puede incluir sin pensarlo mucho en la lista de los diez mejores temas de toda la expresión latina de los últimos 50 años. O más. Es un disco guerrero, realizado con una pasión desbordante, cuando las cosas todavía se podían decir con libertad y Palmieri se permitía el lujo, además, de cometer ciertas excentricidades.
Como vendía, como estaba 10 años por delante de cualquier otro músico de su categoría, como tenía un prestigio dentro del circuito musical y nadie le hacía sombra en cuanto a experimentación sonora, Eddie decidía, por tercera vez consecutiva, picar adelante y probar con nuevos sonidos; para lograrlo, buscó nuevos motivos. Después de todo ese canto a la
igualdad que fue el disco Justicia, Palmieri se dejó influir por las experiencias psicodélicas en Superimposition (que es, por cierto, mi álbum favorito de Eddie y del que hablaré en un futuro), pero nunca dejó a un lado la redefinición de la sonoridad cubana que tanto le ha gustado jugar y conjugar.
Esas nuevas búsquedas están también plasmadas en Vámonos pa'l monte, su última grabación en estudio para Tico Records. En esta ocasión, sin embargo, lo que privó es el matiz eléctrico, porque el muy osado no tuvo mejor idea que meter a su hermano a tocar el órgano en los montunos, mientras él mismo se encargaba de sumar un piano eléctrico en otras piezas, dando lugar a un mosaico sonoro que está muy por encima de cualquier otro músico de su calibre.
Cuenta Miguel Estivil, productor de esta obra, que trabajar con Palmieri significaba estar sujeto a un régimen estricto de cambios de última hora. Por no traer, el hombre no traía a los estudios A&R Recording, donde comenzó a reunir a sus músicos el 24 de septiembre de 1970, los arreglos definitivos de cada uno de los temas que iba a incluir en el disco; todo se resolvería sobre la marcha. Lo que sí encargó fueron cuatro pianos, que alquilaron, descargaron e instalaron. Quería probarlos, escoger uno y mandar de vuelta los otros tres.
As simple as that.
Estivil dice que las sesiones comenzaban con Palmieri sacando acordes del piano, mientras el resto de los músicos: José Rodrígues -trombón-, Bob Bianco -guitarra-, Alfredo chocolate Armenteros, Víctor Paz y Charles Camilleri -trompetas-, Ronnie Cuber -saxo barítono-, Pere Yellin -saxo tenor-, Monchito Muñoz -bombo-, Nick Marrero -timbales y bongó-, Eladio Pérez -conga- y el grande Ismael Quintana en las vocales, se iban uniendo, contagiados del espíritu. Parece mentira que mediante este régimen creativo pudiesen surgir cosas tan bien estructuradas. Pero así fue. Uno de los motivos fue el empeño que tuvo Bianco, gran amigo, para que Eddie profundizase sus estudios de teoría, solfeo y composición.
El fruto se nota en el disco.

El espíritu que hay en Revolt / La libertad, lógico, uno de los temas más emocionantes de toda su carrera musical, es capaz de remejer los cimientos de un rascacielos. Empieza por el propio título y estructura, que surge con una fanfarria casi de jazz -con mucho de Thelonious Monk-, para pasar a disonancias propias del rock y luego el desborde de un montuno fiero, muy fiero, con Quintana soltando a la cara -más que cantando- esas estrofas que pedían -y piden- una igualdad de derechos para los nuyoricans, mientras las trompetas de Armenteros y Paz (una cubana, tradicional, y la otra panameña, mucho más moderna) se baten a duelo. Nicky Marrero, con apenas 21 años, pellizca los cueros de los timbales y Monchito usa el bombo como si fuese un arma de guerra, lo que da una idea de las intenciones del tema. El título original iba de canto a la libertad, y al ser cuestionado sobre esa palabra, su respuesta fue muy clara: por supuesto que sí, la libertad es la respuesta lógica a los problemas.
Y así quedó.
Caminando pone las cosas en slow motion y es aquí donde ese sonido eléctrico comienza a aflorar, con mucho sabor y unos coros pegajosos integrados por nombres de la talla de Santos Colón, Justo Betancourt, Marcelino Guerra, Yayo el Indio, Elliot Romero y Mario papaíto Muñoz. Coros que no le deben nada al boogaloo que sonó hasta hace bien poco.
Otro cambio de importancia, otro experimento, viene a continuación: Vámonos pa'l monte es una guaracha que ignora por completo la estructura canción-mambo-montuno y se va directo a la última parte... que es donde está el jugo. Eddie capitanea el barco desde el piano eléctrico mientras hace una síncopa con la melodía y juega con un invitado de postín: su hermano Charlie en el órgano, que se lanza, como quien no quiere la cosa, un solo que está entre los mejores de todo el género. El coro que juega con Ismael utiliza dos frases que alternan la idea bucólica de irse al campo para escapar de las angustias de la urbe (aquí en las grandes ciudades solo se ve congestión, pero allá en el monte mío, allí es paz y fascinación), aunque muchos otros aseguran que no es más que una canto a la marihuana y a las drogas recreativas, de las que Eddie fue usuario durante varios años:

Vámonos pa'l monte, pa'l monte a guarachar
vámonos pa'l monte, que el monte me gusta más.

y

Para el monte me voy porque contento estoy.

Portada original de 1971
Ismael niega tajantemente en una entrevista que haya habido drogas de por medio a la hora de pensar el tema. Las letras, de hecho, las escribía él, por petición expresa de Palmieri. Sin embargo, importa poco la conclusión que se saque: basta escuchar el juego de los metales, trombón versus trompetas, mientras los saxos rellenan y dan color a la descarga, para entender que estamos ante una pieza única. Aquí se demuestra que el saxo, en estas lides, sirve como relleno y no para crear edificios sonoros; porque de lo contrario ocurren cosas un tanto lamentables, como esta. Y, también, el solo de pailas de Nicky Marrero, del que él mismo cuenta en una entrevista que iban por la toma veintitantos de la grabación y ya él no daba para más, por lo que decidió apoyar el ritmo solamente en algunas partes de la canción, mientras usaba el cowbell para adornar.
Viejo socarrón es un antiguo son cubano remozado por las circunstancias eléctricas del disco, y tiene un pesado montuno en el que, allí sí, brillan los saxos que marcan el ritmo mientras las trompetas se encargan de levantar las moñas y los mambos que adornan cada uno de los breaks. Chocolate vuelve a demostrar su virtuosismo, esta vez con recuerdos de su tierra: poco a poco el son se va convirtiendo en descarga, en jam session, y a ver quién se atreve a parar todo esto.
Faltaba un bolero, y Yo no sé es la ocasión ideal para mostrar el potencial que siempre ha tenido Quintana como bolerista, y la facilidad que tiene este género para entrelazarse con el jazz y acoger con gusto arreglos que bien podrían sonar en un blues. Cierra el disco la Comparsa de los locos, otro homenaje a la riqueza rítmica cubana y ocasión ideal para agarrar a todos los diablos que se acumulan en el estudio y, sencillamente, liberarlos con la música obteniendo un resultado por demás maravilloso.


Dada la importancia de esa producción, los nuevos dueños de las grabaciones decidieron lanzar hace dos años una edición especial, Masterworks, en la que incluyeron otros temas más que fueron grabados en esas sesiones de 1970. Estos permiten palpar las otras inquietudes de Palmieri en cuanto a música se refiere y que se reflejarían en muchos de los discos producidos por él a partir de los años 90, ya imbuido en los ensembles de jazz latino. De esta forma, además de incluirse la toma 9 de Viejo socarrón (ya pudieron haber puesto alguna otra toma de La libertad, lógico o de Vámonos pa'l monte) incluye una soberbia descarga: VP Blues, que se pierde en la distancia de sus más de 14 minutos de disonancias, ritmo bravo, un piano mascullando como un demonio y varios solos estupendos de los músicos en el estudio.
Mixed marriage es otra demostración de las experimentaciones sonoras que estaban en el aire, esta vez dando campo a un bajo soberbio, unos cueros a tono (¿o no?) con la melodía, una guitarra que se escapa al rock y un keyboard exaltado que no deja de recordarnos que Palmieri está al mando. Y, finalmente, Moon Crater 1 (Lindsay's Raiders), una experimentación/homenaje al grupo de rock Paul Revere & The Raiders y a su vocalista, Mark Lindsay, quien por esas fechas grabaría Indian Reservation, un tema que alcanzó el primer lugar en las carteleras estadounidenses.
En definitiva, Vámonos pa'l monte es un disco fundamental para conocer mejor la expresión salsera. Uno de esos experimentos que no tuvo segundas partes. Un homenaje a los tiempos que se estaban viviendo y a esa música maravillosa que sigue sonando fresca.
Rabiosa.


Un detalle del que acabo de acordarme: en algunas ocasiones, pocas la verdad, he leído o escuchado cierto rechazo a la idea de Palmieri en los predios del jazz latino. O como quiera que eso se llame. Les ha parecido una especie de traición el hecho de que en los últimos 25 años haya estado muchas veces alejado de la onda salsera. Y pregunto: ¿por qué no? ¿Es que acaso hay mucha diferencia? Ya hacía jazz latino -o como se llame- en 1970. El mejor ejemplo de esto es el lado B de Superimposition.
Uno podrá tener cierto tipo de reparo en algún detalle de la larga vida artística de Eddie. Lo normal, vamos. Pero si hay algo por lo que se le debe aplaudir es su falta de ortodoxia: nunca le ha hecho asquitos a ningún sonido por el que manifieste interés, venga de donde venga, contribuyendo a enriquecer mucho su música.
Eso, a fin de cuentas, es lo que importa, ¿no? 

1 comentario :

  1. salsa de la buena,salsa brava,en fin saaaaalsa,gracias xoan,por esta magnifica seleccion pa lante es pa aya

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