viernes, 11 de marzo de 2011

Cuando yo kanto mi bonito guaguancó

Después de mencionarlo de forma tangencial en varias de las entradas del blog, ya era hora de que me decidiese a hablar de uno de los discos de ·Johnny Pacheco·, porque este músico y productor dominicano es un personaje fundamental de la expresión salsosa -y de la música latina en general de los últimos 55 años-, capaz de haber creado varias modas musicales. Aunque nunca ha sido santo de mi devoción, debo reconocer con entusiasmo que ha producido varios discos indispensables, su criterio como músico es absolutamente apreciable -aunque sus prácticas como productor y director musical de Fania Records no lo hayan sido tanto- y tiene una virtud que no todos poseen: no importa lo que produzca, no importa lo que entregue su orquesta, el resultado siempre -siempre- tendrá mucho sabor.
Y eso, a los efectos de la salsa, es un detalle imprescindible.
Pacheco con su gran melena, a mediados de los 70
Para decidir por cual de sus producciones empezar, casi mejor acudir a la gran rueda del azar: desde que lanzó su primer trabajo en 1961, Pacheco y su charanga (que fue el disco latino más vendido en Estados Unidos hasta esa fecha), Johnny habrá sacado más de 50 álbumes. No todos con la misma calidad, por supuesto, pero sí algunos que son necesarios en cualquier colección salsera. El que voy a hablar hoy, El maestro (no confundir con la compilación de Codigo Music) es uno de ellos, no solo por la calidad y agarre de los temas elegidos sino porque, además, fue el disco con el que presentó a su nuevo vocalista, el señor Héctor Casanova, con quien logró hacer una dupla muy explosiva gracias al estilo netamente cubano de su soneo, que encajaba muy bien con las intenciones del Johnny.
Otro aspecto importante fue la incorporación del trompetista Luis perico Ortiz en los arreglos, y las estupendas manos del Papo Lucca en el piano, que le dieron una vuelta a ese sonido Pacheco anclado en la onda típica del conjunto desde 1964 (dos
trompetas con igual jerarquía, un tres para diferenciarse de la Sonora Matancera, que no usaba, y el resto igual: bajo, tumbadoras, cencerro, maracas, piano, güiro y pailas). La puesta al día resultó evidente, gracias en parte a unos solos inteligentes y esa vuelta de tuerca en la orquestación.
Aunque, paradojas de la vida, ese nuevo tumbao del que tanto había hablado Pacheco se había convertido de repente en su tumbao añejo, cosa que molestó en su momento a César Miguel Rondón. No sé, tal vez exageró un poco la nota: a fin de cuentas, Johnny ha sido una persona con un gran sentido de la oportunidad y mucho olfato para aparecer en el momento adecuado, además de ser un mago del marketing y la imagen. Porque haber vendido como nuevo algo que era viejo, para luego decir que ahora sí es verdad que es viejo y que por eso vuelve a ser nuevo... y que la gente se lo trague enterito, es como para que te aplaudan los de Ogilvy & Mather.

En fin. El asunto arranca con Las muchachas, un temazo de Billo Frómeta donde se refleja perfectamente el estilo de sonear de Casanova, con un timbre de voz muy similar al de quien suplantó, Pete el conde Rodríguez, aunque con una entrega en el montuno completamente distinta que le terminó valiendo un gran respeto dentro del ambiente (además, siempre me pareció interesante su comportamiento en escena).
La canción siguiente, Guaguancó pa'l que sabe, es uno de esos temas definitorios, de los que entran en el top 20 de la salsa con facilidad. Allí Lucca entrega un solo de piano exquisito, muy jazzeado, que otorga modernidad a ese montuno de antaño, añejo, después de que Casanova soltara una de las letras más entrañables -por su construcción divertida y enrevesada- de la década:


El tiempo pasado es pasado
al ayer jamás podremos regresar
Hoy será ayer, mañana será hoy... ¡óyelo bien!
Lo que te espera nadie lo puede saber.
Por eso yo vivo feliz cuando yo canto mi bonito guaguancó.


Simaní, El chivo y El faisán son tres ejemplos de esa obsesiva matancerización de la expresión salsosa, dos sones lentos con largos montunos, el primero con un estupendísimo solo de trompeta de perico, y el último con un no menos estupendo solo de tres de Charly González; y una guaracha de letra festiva y dobles sentidos. Hay además un bolero cantado anteriormente por Benny Moré, Hoy como ayer, así como dos guanguancós de buen sabor y letra torcida: Yo quiero una mujer y Préstame los guantes. Y la divertida Yo no parle vu français, que narra la vez que Pacheco estuvo de gira en París y, como reconoció él en una ocasión: imagínense ustedes a estos negros tratando de hablar en francés...
Nominado al Grammy -que al final ganó Eddie Palmieri con The Sun of Latin Music-, El maestro se posiciona como uno de los trabajos de Johnny más depurados y recomendables. Dicen que 1975 fue el mejor año de la expresión latina en Nueva York. Y escuchando álbumes como este, como que sí es verdad.

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